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Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Igualdad

Para defender a alguien, y que te crea, mejor hablarle sin ostentar galones y sin verborrea

Si tuviera que identificar una escena de cine como la más comentada en charlas en las que yo estuviera -entre grandes risas y con cameos de todos los contertulios-, ésa sería una de La Vida de Brian, y mira que las hay dignas de remedo en la película de la Monty Python de 1979. Varios grupúsculos -corrientes o sensibilidades- de resistencia a la ocupación romana dedican la mayor parte de su tiempo a disputarse siglas y a pelearse entre ellos, dejando de lado la lucha antiimperialista. Sucede esto casi en todo lo que consideramos importante socialmente, cada uno con su cauná: friquis con halo, ungidos como beneficiarios de la herencia de los Beatles o Camarón, que te esnobean con datos y revelaciones como de servicio secreto sobre los de Liverpool o el cañaílla; ambientalistas que te hacen ver que no tienes ni pajolera de ecología, expertos repentinos y excluyentes que te alejan de cualquier causa, aunque sea un poquito. Y aunque la causa sea no ya buena, sino fundamental.

Fundamental es para quienes aspiran a una sociedad digna la causa de la igualdad entre hombres y mujeres, y nunca olvidemos que el principal problema de este país es el asesinato y el maltrato de mujeres y niñas, a manos de hombres salvo excepciones. Tampoco a las cuidadoras, limpiadoras, camareras cuyos hijos están a tiro de océano. Pero permitámonos recordar lo obvio: en España rige una plena igualdad legal y formal de derechos. Formal, sí, no fáctica o práctica. También recordemos que el verdadero trabajo por la igualdad y la supresión de la violencia contra la mujer está en Irán, Guatemala, Afganistán o no pocos países de África, Asia y Oriente Próximo. Y que, para defender a alguien, ese alguien debe entenderte primero. La palabrería vacua, en exceso críptica y retórica, como con afán de jerga profesional, de no pocas portavoces y abanderadas del feminismo no sólo agua y hasta encharca su mensaje, sino que crea reticencia entre las supuestas defendidas, y da alas a los y las que odian -en silencio o abiertamente- al feminismo, misóginos natos, gente obtusa que niega ex ante toda credibilidad a un movimiento histórico -y vigente- tan importante como la Revolución Francesa. Esa facción montyphyton, teorética y academicista de la lucha por la igualdad de derechos y oportunidades y contra la masacre consuetudinaria de mujeres resulta, paradójicamente, bastante poco inclusiva. Y no poco adanista, o evista: el feminismo no nació ayer, y no es tuyo, o tú facción no es la de pata negra.

Firmado, con la venia, un hombre.

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