Fútbol El Cádiz CF, muy atento a una posible permanencia administrativa

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Alejandro V. García

Huelgas

POR supuesto que una huelga aérea coincidiendo con las vacaciones de Semana Santa y luego con los días de más tránsito de julio y agosto es, dicho sea con perdón, una gran putada para la mayoría. Pero las huelgas son así de dolorosas. Se interrumpen los servicios, se entorpecen los hábitos cotidianos y se intenta que las medidas injustas o arbitrarias que han motivado el levantamiento (casi siempre tomadas sin consenso, a las bravas) se revisen. Unas veces se consigue el objetivo y otras no. Es un mecanismo clásico que está reconocido en la Constitución. Y la única arma que le resta a los trabajadores (según consta en los manuales obreros clásicos) cuando han agotado todos las vías de interlocución pasiva. O al menos era así hasta hace unas décadas, antes de que la restricción de las garantías laborales fuera barriendo como una ola los viejos protectorados obreros. Ahora es un recurso exclusivo de funcionarios.

Ahora no hay una gran huelga que no introduzca, mediante subterfugios y alusiones circulares, la cuestión de fondo: la supresión del derecho. Y por esa razón ningún Gobierno ha querido regular la huelga en el único espacio donde tiene sentido y hace daño: en el sector público estratégico. Y no lo hace porque en la práctica supondría domesticarla o, mejor, coartarla, y a ver quién le quita el cascabel a ese gato furioso. En el caso que nos ocupa, los sindicatos han actuado hasta el momento de la forma canónica. Han correspondido a todos los requisitos, han respetado los plazos de preaviso y sólo quedará por definir los servicios mínimos. Por supuesto el riesgo de paralización del país es muy serio. Pero si las huelgas no se plantearan de esa forma radical no tendrían sentido. Los trabajadores de Aena protestan, en este caso, por las medidas de privatización acordadas por el Gobierno.

Todos los paros programados son una gran putada pero eliminar, en nombre de las molestias a terceros, el derecho a la huelga sería un retroceso a los sistemas de control laboral del siglo XIX. Aunque, tal como están las cosas, me temo que todo se andará tarde o temprano. Es más, en muchos aspectos el sector privado ya está en pleno siglo XIX: el derecho a la huelga es una herramienta suntuaria, como un artículo de anticuario. ¿Para qué la huelga? Las negociaciones de convenios colectivos están paralizadas; los empresarios de los sectores en crisis no cumplen los compromisos y el despido es libre. Conclusión: la huelga pertenece, por abandono, a la arqueología romántica de la historia obrera.

Lo de Aena es sólo el coletazo de un tipo de sindicalismo casi extinguido. Aunque las razones de la huelga no sólo perduren sino que crezcan acrecentadas.

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