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DE POCO UN TODO

Enrique / García-Máiquez

Hijo de la luz y de la sombra

LA casualidad, que no existe, quiso que durante la enfermedad de mi madre yo estuviese haciendo a marchas forzadas un trabajo sobre El contenido del corazón de Luis Rosales, escrito a raíz de la muerte de la suya. Ahora, aunque la entrega era para antes de la fecha prevista del nacimiento, mi hija -que en eso no ha salido a su padre- se ha adelantado; y he tenido que corregir a contrarreloj durante los prolegómenos de su venida al mundo, y hasta en los intervalos, un trabajo sobre Miguel Hernández. A quien piense que existe ha de parecerle una casualidad que minutos antes del comienzo del acontecimiento yo acabara de leer este verso del poeta de Orihuela: "Tus piernas implacables al parto van derechas".

Miguel Hernández es uno de nuestros grandes poetas amorosos, con la singularidad de que cantó al amor conyugal y fecundo. Por ejemplo: "Porque te quiero sin tregua./ Porque mi querer no acaba/ en ti, mujer: que en ti empieza./ Yo te quiero hasta tus hijos/ y hasta los hijos que tengan./ Yo no te quiero en ti sola:/ te quiero en tu descendencia". Mientras estrenaba mi paternidad, me arrepentía de no haber dedicado mi estudio al tema del amor en la poesía de Hernández.

En sus inicios ejerció de poeta católico, pero paradójicamente fue en su temprana y trágica madurez cuando escribió, tras pasarse con armas y bagajes retóricos al comunismo, una de las ilustraciones más hermosas de la moral cristiana sobre el matrimonio, el sexo y su indisoluble apertura a la vida. Y para que no me acuse nadie de arrimar el ascua a mi doctrina, lean cómo lo explica Leopoldo de Luis, que no era un predicador precisamente: "En Miguel Hernández, el tema del hijo no posterga al del amor a la mujer, ni a la inversa. Ni siquiera se trata de que aquél continúe a éste. Son una misma cosa. Se complementan e integran". Estos dos versos, que son un hermoso aforismo, lo remachan: "El hijo, tu corazón/ madre que se ha engrandecido". O estos: "Beso que va a un porvenir/ de muchachas y muchachos".

En el extraordinario triduo Hijo de la luz y de la sombra exclama: "Para siempre fundidos en el hijo quedamos". Allí proclama su concepción cósmica de la paternidad: "El hijo está en la sombra: de la sombra ha surtido,/ y a su origen infunden los astros una siembra,/ un zumo lácteo, un flujo de cálido latido".

Ese trabajo crítico soñado hubiese sido una acción de gracias. Y este artículo lo es. La poesía son palabras para cuando no hay palabras. A Miguel Hernández le debo que, cuando a mí no me salía ni una, pudiese susurrar a mi hija recién nacida: "Rival del sol./ Porvenir de mis huesos/ y de mi amor".

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