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Mola Melero. El abogado defensor de Joaquim Forn y Meritxel Borràs en el juicio por el procés ha hecho un discurso aplaudido por crítica y público. Ha reconocido la desobediencia para evitar -táctica forense- la condena por rebelión. Puede ser inteligente, porque la inocencia ha quedado desacreditada. De paso, ha ridiculizado la épica independentista: "El Gobierno no efectuó ninguna Declaración de Independencia. Digan lo que digan ellos". Sin embargo, lo que ha tenido más éxito ha sido su retórica de tono conciliador. Ha hecho un canto de alabanza a la Policía Nacional, a la hermosura de la provincia de Albacete y a los jueces que han de juzgar a su defendido, por supuesto.

Ha terminado con media verónica cultureta recordando la película Amanece que no es poco (José Luis Cuerda, 1989), rememorando a Sazatornil, Saza, del que ha recordado, pillín, que era catalán y que interpretaba a un cabo de la Benemérita, que conste. Aquel cabo de la Guardia Civil presumía de que el mayor problema de orden público que se podía producir en el pueblo de la película era faltarle a William Faulkner, porque todos admiraban su novela Luz de agosto. Melero ha rematado deseando "una España en la que solamente nos discutamos por William Faulkner".

Ahí digo que no, ¡muchas gracias! Tomarse en serio la ironía o la parodia se parece mucho a un tiro cursi por la culata. Hemos de desear una España donde se pueda discutir de todo, pero sin saltarse a las bravas la Constitución, la ley, las sentencias del Tribunal Supremo y los derechos de los vecinos. Cuerda, que tenía mucha correa, sólo estaba dándole hilo a la cometa. Cuando las discusiones culturales, tan estupendas, se convierten en las únicas, están tapando otros conflictos o (todavía peor) unos consensos conseguidos por la puerta de atrás.

Esa puntualización me siento en la obligación de hacerla, porque, con el buen rollo, se nos puede colar un deseo contraproducente. Lo que no obsta para admirar la intervención de Xavier Melero. De hecho, creo que se le ha ido un poco la mano con lo del cabo Saza, porque su intención prioritaria era que le cogiésemos al vuelo la segunda intención de tanta cita a la película de humor absurdo de Cuerda. ¿No estaría pensando, más que en Faulkner, en la oportunidad de dejar en el aire, como el que no quiere la cosa, que todo el procés ha sido un astracán parecido al de ese pueblo (ficticio) de Albacete?

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