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Víctor J. Vázquez

vvazquez@us.es

La Europa cruel

Europa debería tener la mínima capacidad moral de llamar hoy terrorismo al terrorismo y crimen de guerra al crimen de guerra

Hace más de una década de la publicación del libro, ya clásico, de Keith Lowe, sobre la Europa de la segunda postguerra. Conocíamos bien de la crueldad de las guerras europeas y sus terroríficas cifras de destrucción y crimen, pero nadie, hasta el trabajo de Lowe, había ordenado las cifras del cruel epílogo que tuvo la segunda gran guerra en nuestro continente. Gracias a él, por ejemplo, sabemos que, sólo en Alemania, más de dos millones de mujeres fueron violadas por soldados aliados en la inmediata postguerra. También que fue común en distintos países europeos que muchos de los denominados hijos de la guerra, engendrados por los soldados alemanes durante la ocupación, fueran perseguidos jurídicamente desde su nacimiento, exigiéndose su repudio, privándoles de toda nacionalidad, cuando no directamente sacrificados. Muchos niños de esa Alemania año cero que nos mostró Rossellini corrieron la misma suerte de su protagonista: dejados de la mano del hombre, sufrieron la explotación sexual, el hambre y el suicidio. Los asesinatos y torturas de prisioneros de guerra alemanes fueron también algo rutinario tras la rendición alemana, reproduciéndose en muchos casos los propios métodos que los nazis habían empleado. Aproximadamente uno de cada tres prisioneros de guerra alemanes en manos de los soviéticos murió, es decir, más de un millón de personas, muchos ya terminada la guerra. Los que sobrevivieron lo hicieron en condiciones infrahumanas, confinados en campos de trabajo hasta que fueron definitivamente liberados, algunos tras más de diez años de cautiverio. Al volver al libro de Lowe uno se reafirma, no obstante, en que es un libro optimista. Desde luego, no sobre la condición humana, pero sí sobre nuestras posibilidades de redención. Es un milagro de la razón que en ese mismo espacio de atrocidad a los pocos años desaparecieran las fronteras físicas, se pudiera viajar sin pasaporte y pagar en una misma moneda. La ratificación, en suma, de que la experiencia de la guerra de todos contra todos puede ser antesala de la paz duradera, pues el hombre se cansa de vivir con miedo y prefiere la paz del pacto. Ante la cara macabra de la vida, cabría resistir, albergar cierta esperanza. No estoy seguro. En todo caso, todo europeo, Europa, digamos, con todos sus límites, debería tener la mínima capacidad moral de llamar hoy terrorismo al terrorismo y crimen de guerra al crimen de guerra.

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