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Víctor J. Vázquez

vvazquez@us.es

España confederal

Incapaz cierta izquierda de organizarse si no es confederadamente, proyecta sus carencias constitutivas

No hay en el mundo un país que sea confederal. Sí los ha habido, es cierto, si bien siempre se ha tratado de una forma territorial transitoria. En algunos casos, como en los Estados Unidos, Alemania o Suiza, la confederación ha sido un estadio transitorio hacia la federación, es decir, hacia la Unión y la igualdad del estatuto jurídico del ciudadano. En otros, como en el caso de la fugaz confederación de Serbia y Montenegro, el paso previo a la disolución. Ante esta realidad, se podría afirmar que cuando parte de la izquierda española se define por su propósito confederal, en realidad está apelando a otro significante vacío más. La alternativa popular será confederal o no será, ha dicho con vehemencia sentimental Iñigo Errejón, sin explicar en qué consiste dicha confederación, probablemente porque no puede. En todo caso, las palabras son importantes y la consolidación de este lenguaje tiene consecuencias. Aunque la confederación no existe, culturalmente el término ya ha calado en una generación y esto es significativo ya que si algo sí sabemos de la confederación es que ésta es antítesis de la federación. De este modo, se consolida en España la siguiente paradoja: hemos desarrollado un federalismo que reclama reformas técnicas urgentes y consolidación en diferentes áreas, al tiempo que la práctica totalidad de los actores políticos practican ya una retórica abiertamente antifederal. Al desprecio por el federalismo propio del nacionalismo vasco y catalán, bien escenificado por el desplante de Aragonés en la conferencia de presidentes autonómicos, y a la execración que desde VOX, claro, pero también desde buena parte del Partido Popular, especialmente del madrileño, se ha hecho del término federal, se une ahora el desprecio de un parte muy importante de la izquierda española. Incapaz esta izquierda, desvertebrada en el laberinto narcisista de las identidades, de organizarse si no es confederadamente, quiere proyectar sobre el propio país sus carencias constitutivas, ya sea costa de perder, en dicho trance, su credibilidad en el compromiso con las políticas redistributivas, pues la confederación es, por definición, un modelo territorial insolidario. Pero hay algo más, la jerga confederal, vinculada, en principio, al objetivo de integrar la pluralidad de naciones de España, sirve en realidad como asidero moral para asumir como naturales, y por lo tanto incuestionables, políticas antipluralistas que pueden convertir a ciertos ciudadanos en minorías nacionales en determinados territorios. La confederación forma parte, en definitiva, de un léxico de coartada.

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