¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Espacios de libertad

En medio de la miseria moral de lo políticamente correcto, han existido espacios donde se ha preservado la libre expresión

LA polémica global por la reescritura de los cuentos de Roald Dahl según criterios políticamente correctos abre una ventana a la esperanza. Por primera vez hemos visto a la izquierda cultural posicionarse claramente en contra de lo que, además de una tremenda imbecilidad, es un atentado contra la libertad de creación y expresión. El inquietante Roald Dahl ha sido mutilado y reprogramado con consentimiento de sus herederos (cría cuervos) para satisfacer los delirios puritanos de un mundo woke que, con el pretexto de las buenas intenciones, nos dirige a una de esas siniestras utopías donde todo el mundo es aparentemente feliz y viste túnicas blancas. Quizás, el caso Dahl es una primera muestra de que las cosas han empezado a cambiar, de que ese movimiento liberticida nacido en los campus de EEUU al calor de los estudios multiculturales ha iniciado su decadencia. Pero me temo que me estoy dejando llevar por el optimismo.

Cuando uno mira hacia atrás se da cuenta de que estos años de corrección política han tenido efectos muy negativos, como el fomento la cobardía y la delación intelectual. Pero también, en medio de tanta miseria moral, han existido espacios de libertad y fraternidad, catacumbas donde se ha custodiado la antorcha de la libre expresión, de las viejas maneras libertinas del XVII, del derecho a disentir en lo esencial y lo formal sin por ello sufrir el aliento de la clerigalla woke en la nuca. No podemos obviar la importancia que la tecnología ha tenido en este asunto. No todo ha sido naufragar en el mar de internet. Los chats de whatsapp han servido para permitir el intercambio de ideas y exabruptos resguardados de las miradas de los comisarios políticos de la corrección. Ellos son conscientes de esta grieta, de este fallo de sistema, por lo que no pocas veces han arremetido contra la aplicación creada por Jan Koum y han clamado por su control, lo que colocaría al mundo al borde del totalitarismo perfecto.

Algún día puede que se recuerde que no fue en el Parlamento ni en la Universidad donde se salvó la libertad, sino que fueron algunos chats, webs, tertulias, barras de bares o corrillos callejeros, los lugares donde se practicó el exceso como única manera de compensar el veneno de lo políticamente correcto. Me refiero a esos espacios de libertad donde, parafraseando a Kipling (autor suprimido de la obra de Dahl), se pueden "soportar las verdades que se dicen."

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios