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Enchufes

Una universidad convertida en una FP gigante no me convence

El normativismo contemporáneo es un síntoma de la debilidad de nuestra política. En nuestro ejecutivo se ha instalado la idea según la cual legislar es la solución de los problemas reales, pero no.

Oigo con sorpresa sobre una reforma universitaria que se jacta de acabar con la endogamia en la docencia y la investigación montando tribunales por sorteo con personal de fuera. Hay que ser muy iluso (o muy lista) para todo cambiar y que cambie nada.

A mí, lo confieso, una universidad convertida en una FP gigante en la que el saldo económico es un déficit brutal, no me gusta. Cualquiera que conozca ese mundo sabe que las conexiones profesionales solventarán esta distancia impuesta por la nueva norma, la universidad es una cadena de favores que ha corrompido una parte importante de su esencia, sin dejar de reconocer a quienes tienen una labor seria, que merecen el máximo respeto, sin duda, pero basta levantar el teléfono para conseguir apañar la oposición tanto como si el Tribunal fuera de colegas cercanos.

Se paga por publicar; los índices de citación, de impacto, resuelven qué es importante cuando un artículo perdido de hace una década de pronto puede cambiarlo todo; grandes empresas manejan el cotarro del poder intelectual y el Estado y su Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y la Acreditación (de nombre entre sovietizante y falangista) ha convertido en profesión montar carreras académicas hasta un extremo en que algunas empresas venden servicios para crear esa "fantasía universitaria"; el mundo de las Letras es esencialmente Escolástico y las fuentes pierden su relevancia fundamental: que es volver siempre a lo mismo para transformarlo, única forma de entender...

No quiero ser injusto, el conocimiento está en la Universidad. Lo que quiero decir es que su sobredimensión, su burocratización, su encorsetamiento, su metamorfosis en fondo de inversión para intereses estratégicos o comerciales (relegando al Arte o las Humanidades al cajón de la basura) acaba con su verdadero fundamento investigador, innovador, de vanguardia intelectual... El impacto de la mayoría en la vida intelectual de sus provincias, salvo excepciones que tienen que ver con personas concretas o con tradiciones muy consolidadas, es ninguno o ridículo.

Si en vez de normas driblables hiciéramos responsables de los enchufes y sus resultados a quienes los promovieren, el sistema se autorregularía con calidad y evidencia pública, nombrar a un idiota debería tener consecuencias... ahora es el medio para sostenerte en tu propia mediocridad. Aplíquese donde proceda.

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