Chupar la cabeza de una gamba es algo muy íntimo en la vida del ser humano. Si te fijas, cuando lo haces, siempre miras para abajo como concentrándote en ti mismo, como pensando que algo de Drácula oculto hay en ti.

Si la cabeza es de langostino de Sanlúcar he observado en algún espécimen que se pone hasta un poquito bizco durante la succión y luego se observa un leve relamido en el que ya los ojos miran como al infinito, como si se hubiera encontrado en el coral la perfección de la creación divina.

Acudí a esa comida con algo de desgana. Era de amigos lejanos… pero había compromiso. Enfrente mía se sentó un tío con gafas. Se presentó como vendedor de fantas de naranja. Nunca había conocido a ninguno. Colgada en el cuello llevaba una medallita y en vez de la Virgen del Carmen, le colgaba una réplica en miniatura de una lata de 330 centílitros de refresco.

Solo este hecho podría justificar que cuando llegaron los platos de gambas, langostinos y bocas de La Isla, el gachó de las gafas en vez de pedirse un Tío Pepe fresquito, se pidió una fanta de Naranja… y sin hielo… Nunca confíes en alguien que combina la fanta y el marisco, es igual que los que le meten rodajas de kiwi dentro a los molletes de Espera…gente de poco fiar.

Como me eduqué en colegio de curas, cuando llegó la fuente de langostinos, le ofrecí que cogiera él el primero. Estaba poniendo verde a Luis Enrique, con otro que tenía al lado que, este sí, llevaba al cuello una medallita de la Virgen del Carmen. El del fanta cogió el langostino más gordo del plato, el hijo de la gran, ni despellejando al entrenador perdía la concentración.

Ya no le ofrecí más langostinos. Uno se educó en colegio de curas, pero la Constitución dice que todos somos iguales ante la ley…y ante las fuentes de marisco. Entre el gafas y yo se estableció una competición soterrada. Tenía más rapidez pelando langostinos que Untiti corriendo la banda.

El frenesí llegó a tal extremo que toda la mesa guardó silencio para chupar cabezas de gambas con más rapidez. El de la medalla de la Virgen del Carmen succionó hasta la servilletita esa que te ponen para limpiarte las manos después de la mariscada…así que se pegaría una semana con la boca con sabor a lima limón.

Quedaba un langostino en el plato. El gafas me dijo que era suya…el tio había contado los langostinos que nos habíamos comido cada uno, y tenía pruebas, porque había contado las cabezas que tenía en el plato…no me podía fiar de él. Desde entonces cada vez que como gambas, escondo las cabezas debajo de la mesa…por si acaso.

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