El comienzo del Tenorio viene como anillo al dedo en estos tiempos tan faltos de calma, estos tiempos en los que hay quienes tratan de escribir pausadamente, sin alborotos sectarios, sin gritos que esconden una alarmante ausencia de argumentación, sin los intereses creados, siempre de carácter político, que elevan a los cielos los errores del contrario mientras silencian los propios en un alarde de cinismo e incoherencia. Como en el Tenorio, vivimos tiempos de espadachines, de duelos punzantes en nombre del honor, de afrentas y disputas para obtener el listado más largo y fructífero de efímeros electores conquistados para ser olvidados, de inmorales recursos al más allá para apropiarse en beneficio propio de las voces de ultratumba de los caídos por la pandemia. Menos mal que el Tenorio, en medio de este drama tan escasamente romántico, nos dejó la lección de que es mejor andar por la vida embozados para no contagiarse de la idiotez.

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