Lo que hicieron las bandas de rock de finales de los 60 para acabar con la guerra de Vietnam fue determinante. Las canciones antibelicistas de la Creedence o de Country Joe & the Fish encendieron un pacifismo alimentado por los ataúdes con barras y estrellas. Una guerra injusta que enviaba a sus jóvenes desclasados a morir. Era el compromiso heredado de grandes trovadores como Arlo Guthrie, Pete Seeger o el propio Dylan. Grandes artistas todos. Sobre el arte y el compromiso empezó a sobrevolar la sombra del negocio cuando Bob Geldof , tras un fugaz éxito con su grupo, los Boomtown Rats, se dedicó a vivir de los conciertos del hambre. Aquello dejó una pésima canción, We are the world, y no hizo gran cosa por aliviar las hambrunas. El compromiso se ha rebajado hasta caer a sus más bajas cotas transformado en una camiseta que pide justicia en un país donde ya existe la Justicia, aunque quizá no la ley del Talión.
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