Columna de encargo

Que muchos trenes se retrasen o se paren en poco tiempo es un problema político y económico

Esta columna me la pedía un desconocido a voz en grito. Podría no hacerle caso porque no lo volveré a ver en mi vida, pero me parece mal estar tan pendiente de los mínimos caprichos de artículos de mis hijos y olvidar a un señor que demostraba desesperadamente tantísima fe en la prensa escrita. ¿Qué pasaba? El tren Alvia que nos traía de Madrid se paró en seco (en un secarral, redundantemente) y nos tuvo tres horas en vía muerta. El caballero al final gritaba: "Esto tiene que salir en la prensa, esto tiene que salir en la prensa…" Aquí lo tiene usted. Que nadie diga que el periódico no es un servicio público.

Por sistema, soy contrario a la queja. Da a las columnas un aire a "carta al director" que no les conviene nada. De manera que quiero dejar claro que yo no vengo a quejarme nada, sino a tres cosas distintas. La primera ya está dicha: cumplir el vehemente deseo de un compañero de desgracias en un coche de un tren parado.

La segunda, manifestar una preocupación de dimensiones provinciales. El mes pasado hemos viajado en casa como si fuésemos una familia de feriantes, y además desestructurada. Hubo un día en que llegaba mi mujer de fuera, nos decíamos "hola" y enseguida "adiós" porque yo salía a las dos horas. Lo significativo es que entre los dos hemos pillado tres retrasos de más de una hora del tren Alvia a Madrid. En un mes. Está claro que la línea Cádiz-Madrid presenta carencias reincidentes. Preocupantes, porque es una de las pocas vías de comunicación de nuestra provincia, a la que el AVE nunca llegó. Si el Alvia nos falla (y parece que falla) quedamos aún más lejos. Debería preocupar a nuestros políticos más que las rencillas partidistas y los rifirrafes mediáticos. ¿Ha llegado la obsolescencia a nuestros únicos trenes de larga distancia?

La tercera preocupación es nacional. Recuerdo cuando en Italia nos sorprendía lo mal que funcionaba todo y cómo se rompía fácilmente cualquier cosa. Entonces los españoles éramos los "alemanes del sur", por la modernidad de nuestras estructuras y nuestra seriedad profesional. Eso ha cambiado ante nuestros ojos de manera palpable. Los servicios públicos y las relaciones humanas presentan relajaciones cada vez más caribeñas. Los retrasos del tren se ven como naturales y se toman con resignación extraña. Menos el señor que gritaba que aquello era para que saliese en los periódicos… ¿Ven ustedes ahora por qué me emocionó?

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