Cocktail de mariscos

Al que dijo que cuando ayunásemos no se nos viese demacrados no le importará que tomemos gambas

Como es viernes de cuaresma toca abstinencia. Es lo menos que toca, porque la mortificación es oír a los que te explican (o predican) que lo de no comer carne es una tontería, puesto que uno puede ponerse morado de gambas. Añaden, como si jamás se te hubiese pasado por la cabeza tal cosa, que es mucho mejor ayunar de la maledicencia o del malhumor. Estoy seguro de que con los veganos perennifolios no gastan tanto empeño en que coman carne, pero el agravio comparativo al vegetariano de temporada no es lo más pesado. Lo pesadísimo es el empacho de superioridad moral.

Por lo cual, los viernes de cuaresma yo soy muy partidario de comer, si hay oportunidad, langostinos, y del modo que recomendaba hace unos días nuestro admirado Luis Sánchez-Moliní: ostentosamente y, aún diría más, estentóreamente. Si me diese el bolsillo, envidaría a grandes y me calzaba un bogavante.

El consiguiente escándalo es un signo de los tiempos. A Giacomo Casanova lo desterraron de Venecia por comer descaradamente jamón en un viernes de cuaresma. Hoy el cocktail molotov es meterse entre pecho golpeado y espalda penitente un explosivo cocktail de marisco. Ser fiel a la tradición es revolucionario, cumplir meticulosamente con la Iglesia, provocativo. No protesto, ojo: estoy encantado de conciliar la obediencia al Magisterio con el inconformismo bohemio y, de postre, con unos ribetes de gourmet. Puedo epatar al burgués como corresponde y sin saltarme los mandamientos de la Santa Madre. Es una delicia (en todos sus sentidos).

Aunque, como una cosa es epatar al burgués (eclesiástico o civil) y otra escandalizar a los pequeñuelos, confesaré que, en realidad, la abstinencia va de humillar la vanidad y aceptar las leves incomodidades de cumplir una regla. Todos los que la practican saben que no es tan indiferente como se la acusa. Se producen situaciones embarazosas, hay que estar bastante atento y conviene conformarse -con disimulo- con media docena de cigalas cuando el cuerpo pedía lo menos el doble. Además de la paciencia con los laxos más estrictos. La clave es obedecer (aunque hay otras razones muy hondas) y los que lo relativizan todo con razones muy razonables no se han enterado de nada. Lo que no impedirá que hoy brinde a su salud con un Le Petit Cheval, por ejemplo, para que maride legítima e indisolublemente con mis filetes de lenguados rellenos de langostinos con salsa de setas al curry.

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