Chimeneas

Nada de lo que hacemos o no hacemos es indiferente, y mucho menos encender el hogar

En sede parlamentaria, Pablo Iglesias se ha reconocido un privilegiado por tener un jardín enorme en el que echar la cuarentena. (Y a pesar de eso se la ha saltado cuando le ha venido en gana.) Yo voy a seguir su estela, no en saltármela, en reconocer un privilegio. El mío ha sido tener chimenea, que es la televisión del campo, y sin manipulación política. Rosa María Mateo no ha sido aún capaz de poner la mano en el fuego, ni lo hará.

Sostenía George Orwell: "No estoy diciendo que sea la única forma de calefacción, sino, sencillamente que toda casa o piso debería tener al menos una chimenea en torno a la cual la familia pueda sentarse". No lo escribía a humo de pajas: "La supervivencia de la familia como institución puede que dependa de la chimenea más de lo que nos damos cuenta". La chimenea propicia la convivencia a su alrededor, incitando a avivar al mismo tiempo el hogar que el hogar, en cálida polisemia o metonimia. Yo estoy de acuerdo con Orwell. Existe una enemistad eterna entre la estirpe de las chimeneas y la de los televisores. De hecho, aseguro a los que no tienen la suerte de tener chimenea que apagar la televisión es ya un 40% de un buen fuego, y encender la conversación otro 50%.

Sin embargo, el confinamiento sigue, y la primavera terminará entrando, y el frío dejará de darme pretextos para el fuego. ¿Seguro? Este año he planificado un contraataque. Frente a las circunstancias, hemos incurrido en la compra de una barbacoa. Que nuestros vecinos nos perdonen…, pero podré seguir encendiendo las llamas (que tienen siempre algo de ara) en los mediodías de primavera y en las noches de verano.

Con un motivo extra de alegría. El tejado de mi casa tiene tres chimeneas, pero dentro sólo hay dos: una es de pega. Lo he llevado fatal, porque, aunque amo mi casa con un patriotismo primordial, me espantaba habitar en una mentira de mampostería. Ahora coloco la barbacoa justo debajo del tiro falso y el humo sube en paralelo y roza la chimenea, redimiéndola. Tremola el humo alrededor como una bandera. Como una bandera de combate, para ser más precisos.

No es una trivialidad: vivimos en unos tiempos en que no debemos dejarle ni un resquicio a la mentira. Solzhenitsyn cimentó toda su crítica al imperio soviético en el humilde compromiso personal de no mentir en nada. Estoy convencido de que George Orwell habría entendido este segundo motivo para encender la barbacoa.

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