Chalecos amarillos

Estamos a punto de que este movimiento se extienda a nuestro país y empiece a incendiar las calles

Se acuerda alguien del movimiento del 15-M? Fue hace ocho años, en 2011, cuando las calles se llenaron de indignados, en su mayoría estudiantes y pensionistas que reclamaban una democracia real y que gritaban "No nos representan". En aquel momento gobernaba Zapatero, hundido en las encuestas y noqueado por la brutalidad de la crisis económica que él mismo se había negado a reconocer. De aquel movimiento surgió Podemos, hoy en horas bajas.

Todo indica que nos acercamos a otro estallido de protestas, pero esta vez no las van a protagonizar los estudiantes y los pensionistas -es decir, gente que carece de un trabajo remunerado-, sino taxistas y agricultores y pequeños empresarios -y parados de larga duración- que están angustiados por la situación que viven y por las pésimas expectativas que se les presentan. O sea que estamos a punto de ver cómo el movimiento de los chalecos amarillos franceses se extiende a nuestro país y empieza a incendiar las calles. El 15-M fue un movimiento pacífico; éste no lo será. La furia con que algunos taxistas han atacado los coches de Cabify no anuncia nada bueno. Y no olvidemos que los taxistas de Barcelona han intentado asaltar el Parlamento catalán. Es lo mismo que ocurrió en 2011 con las protestas de los antisistema, sólo que los taxistas no defienden un ideario de extrema izquierda, sino más bien una serie de confusas reclamaciones con las que intentan blindar sus privilegios y evitar la competencia (y también, claro está, defender las licencias que han pagado a precio de oro).

Puedo equivocarme, pero mi impresión es que este movimiento de protesta no va a parar. Sólo que ahora será un movimiento caótico formado por asalariados y pequeños empresarios que están hartos de pagar impuestos y que temen por la continuidad de sus ruinosos negocios. Será -ya es- un movimiento turbulento y contradictorio que exigirá cosas inasumibles. Será un movimiento de gente muy cabreada que no sueña con una mullida utopía, como los estudiantes del 15-M, sino con algo que ni ellos mismos saben qué es. Los taxistas -como muchos agricultores y pequeños empresarios- son gente que ya ha perdido toda esperanza en el futuro. Michel Houellebecq habla de ellos en su última novela, Serotonina. Si yo fuera gobernante -del partido que fuese-, ya estaría empezando a temblar.

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