Cádiz vista por un argentino

Roberto Arlt llegó desde Argentina al puerto de Cádiz en barco. Se encontró una ciudad decadente

Argentina existía desde antes de que Milei llegara al poder. Incluso desde antes de Perón y Evita. Argentina y Cádiz siempre han tenido relaciones. Sobre todo en la cultura. Y no sólo por Falla y Alberti, y porque Borges elogió a Quiñones. Hoy me voy a referir a lo que escribió el argentino Roberto Arlt en 1935, en plena Segunda República, tras una visita a Cádiz, que publicó en su colección de Aguafuertes españolas. Roberto Arlt, fallecido a los 42 años, fue un escritor vanguardista, más elogiado y encumbrado después de muerto. Hoy está considerado uno de los padres de la narrativa argentina contemporánea, junto a Borges, Bioy Casares, Cortázar y otros grandes escritores.

Cádiz no era como la esperaba. Le sonaba por Albéniz y por Falla. Se encuentra una ciudad de calles estrechas, lóbregas y sucias, muy diferente de Buenos Aires. Observa también que la población no es la de ese Cádiz burgués, culto y artístico de los siglos anteriores. Por el contrario, ve una población de trabajadores que pasean mal vestidos, con los uniformes azules de sus fábricas, con gorras, y calzando alpargatas. Diferentes de los obreros porteños de su país, que después de trabajar se vestían de pequeño burgueses, y paseaban con sombreros y corbatas.

En el Cádiz republicano de 1935, en las vísperas de la guerra civil, anota Roberto Arlt que viven 80.000 habitantes, de los que 16.000 (el 20% de la población) están parados. Le sorprenden el ruido y la alegría. Y añade: “Me explicaría semejante alegría en un pueblo donde la prosperidad estuviera en auge, pero aquí, en Cádiz, no la comprendo”. Habla con algunos vecinos y pregunta si son revolucionarios. Unos chiquillos le contestan: “Somos del partido de la alpargata”.

Roberto Arlt se quedó entusiasmado con un monumento de Cádiz: la Catedral. Pocos escritores han escrito con tanta belleza sobre el primer templo de Cádiz, infravalorado históricamente. Describe la Catedral: “Las naves de piedra son inmensas grutas marinas. Así deben ser el silencio y la luz al otro lado del sol”. Arlt elogia su arquitectura, la ausencia de barroquismo superfluo, la elegancia solemne del altar mayor, y sobre todo, el coro, con sus 46 sillones fantásticos. El escritor esboza una letanía de lo que ve: “Mármol pulido, bronce fundido, hierro forjado, granito mordido, cedro tallado. El hierro es hierro hasta la médula. El bronce es bronce hasta sus entrañas”.

Roberto Arlt llegó desde Argentina al puerto de Cádiz en barco. Se encontró una ciudad decadente, que ya era un cúmulo de contradicciones.

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