Llega otro 28-F y muchos aún se preguntan qué es Andalucía, más allá de la tierra de las artes y el espíritu, con sus ocho provincias más acostumbradas a competir entre sí que a sumar fortalezas. Los sucesivos gobiernos andaluces no sólo alimentaron los agravios con su caprichosa vara de medir desde Sevilla, también permitieron que la segunda modernización llegara a varias provincias cuando por Cádiz no pasó ni la primera. Para colmo, y al contrario que en los territorios más pragmáticos del norte, los andaluces viven de espaldas unos con otros, azuzados por sus líderes. Que se lo pregunten a Jaén, que ve cómo Córdoba le birla una base logística de Defensa en sus narices. Los gaditanos también nos quedamos de piedra cuando se decretó -por mandato divino de un dictador- el traslado de la Escuela Naval Militar de La Isla a Marín, poniendo fin a más de dos siglos de historia, desde que aquí se creara la primera Compañía de Guardias Marinas. Y a tenor del poder que todavía hoy ejerce la Armada sobre los astilleros, es sencillo entender por qué en Navantia se habla gallego desde entonces: por la misma razón por la que aquí no se construyen fragatas. Y ojito con llevar la contraria, porque el primero que salta a la yugular es Núñez Feijóo, no vaya Cádiz -ni nadie- a restar un átomo de carga de trabajo a su gente sin su consentimiento, faltaría más.

A diferencia de la Bahía de Algeciras, que juega en otra liga como una piña, defendiendo lo mismo su puerto que su corredor ferroviario, en la de Cádiz podríamos ofrecer un máster en deslocalización de empresas junto al doble grado de división y conformismo. La última prueba de fuego nos la impone Airbus al sentenciar la planta de Puerto Real, apelando a algo tan falso como su falta de productividad. Y en vez reaccionar todos a una, sólo Susana Díaz ha mostrado algo de sangre para exigirle al presidente andaluz que al menos diga algo. Pero justo cuando tocaba parar, templar y mandar, cuando lo tuvo todo a favor, para dejarse querer y ejercer de auténtico jefe de Andalucía, el líder enmudeció.

Juanma Moreno bien pudo preguntarle a la propia Susana si Pedro Sánchez ya conocía las intenciones de Airbus tras recibir a sus directivos, junto a Felipe VI y con alfombra roja, hace unos días. Una compañía que recibe todas las facilidades y 300 millones ahora anuncia que no ve viable una planta tan emblemática como la gaditana y el Gobierno ni pestañea, como si estuviera todo pasteleado. ¿Alguien lo entiende? ¿Se encogerían de hombros estos dirigentes con alma de títeres si el cierre apuntara a otra provincia? Tanta tibieza abruma. Como si todo quisque, incluidos los alcaldes de la Bahía, la patronal y los sindicatos, ya supieran el final del cuento. Un grito en el desierto de la alcaldesa de Puerto Real y poco más. Ni los trabajadores quieren montar el lío. Bastante tienen con pensar en su futuro y, además, son otros los que han de hacer provincia. ¿Pero quién repondrá el empleo y la capacidad de ingeniería que se pierden? ¿Qué pasará con la industria auxiliar? ¿Y con el Centro de Fabricación Avanzada? Estos proyectos necesitan de una planta industrial tractora, que marque el paso de los agentes innovadores: desde la UCA a los suministradores. Pero como apunta Pedro Pacheco, hoy 28-F, en estas mismas páginas, "Andalucía no tiene una voz que la defienda". También dice para consolarnos que nunca es tarde. Aunque para esta Bahía, parece que sí.

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