Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Anatomía de un bostezo
No ha tenido nuestro pueblo una tradición alfarera, a pesar de tener importantes zonas donde se podía extraer gran cantidad de barros. Que yo recuerde existía una pequeña alfarería, en "las albinas", donde se fabricaban, sobretodo, tejas y cántaros. Estaba situada en el lugar donde luego estaría la muy célebre "bodega la teja", de "Virués y Moreno". También se utilizó mucho barro de Chiclana en la "ladrillera" que estaba junto al "cementerio viejo", pero en el momento que hubo que mecanizar e invertir en tecnología, desapareció aquella pequeña industria con su chimenea delatadora.
Cubríamos nuestras necesidades de artículos de barro normalmente de un pueblo con mucha tradición alfarera, Lebrija. Mediada la primavera aparecían los vendedores de estos artículos tan necesarios para la vida diaria, tanto en la casa como en el campo. En viejos y desvencijados camiones, traían desde Lebrija (Sevilla) toda la carga posible de útiles de barro y los depositaban a la entrada de Chiclana, en los alrededores de la "venta Agustín", allí establecían su almacén durante mas de un mes y su cuartel general. Una vez allí, con burros bellamente aparejados de colores muy vistosos, iban distribuyendo, pregonando y vendiendo todo tipo de objetos de barro, calle a calle, casa a casa, dentro de la ciudad y en los más escondidos rincones del campo. Se hacían notar haciendo un ruido inconfundible al chocar dos planchas de hierro que emitía un sonido identificador con el alfarero y sus objetos.
En todas las casas existían, al menos, un botijo que también se solía llamar búcaro o cantimplora aunque en Chiclana el nombre más usado era el de cantarilla. Solía tener un asa, un agujero para llenarla de agua, que se tapaba con un tapón de corcho y un pitorro por el que volcando un poco el botijo, se bebía el agua fresca. Se tenía que beber "al chorro" sin tocar con la boca el pitorro, "niño no chupes el botijo que te van a salir boqueras", era una expresión muy usada por los mayores para aquellos que comenzábamos a aprender a beber agua de un búcaro. Las boqueras eran unas infecciones que solían salir entre los labios, de beber en "jarritos" o chupando de los botijos, en los que bebían todos y se contaminaban de unos a otros con mucha facilidad, eso de un vaso era algo extraordinario. Cuando se estrenaba un botijo, durante un par de días no se podía beber de su agua, se tenía el recipiente lleno de agua a la que se acompañaba un par de copitas de anís, así se le quitaba el posible sabor a barro. La realidad, demostrada hoy científicamente, que se conseguía enfriar el agua por debajo de la temperatura ambiente hasta diez grados, si se conservaba el botijo en una zona seca y a la sombra.
Hoy al sistema de enfriamiento del búcaro se le suele llamar el "efecto botijo" y es un sistema utilizado en la arquitectura, para conseguir refrigerar las viviendas de una manera ecológica.
Nunca en nuestra zona, de manera tradicional, se han utilizado las grandes tinajas de barro para almacenar vinos, unos pocos años se probaron su uso, para la fermentación de nuestros mostos, pero enseguida apareció en el mercado el acero inoxidable que acabó con aquella experiencia. Las tinajas a las que me refiero eran las que estaban en las casas, de poco mas de un metro de altura, vidriadas por la parte interior y en algunas ocasiones con dos o cuatro asas, eran mas anchas por el medio que por la boca y por el fondo. En las casas solía haber dos tinajas, la "tinaja de la lejía", que además de agua contenía las cenizas del cisco y picón de los braseros y en las que se fabricaba la lejía para hacer la colada y otra era la del "agua dulce", es decir, contenía el agua apta para beber, que se suministraba con jarras que transportaban los aguadores desde algunos pozos que garantizaban su potabilidad o con cántaros que se transportaban desde las norias de las huertas, que solían tener agua de muy buena calidad. Tengamos en cuenta que suministro de agua con garantías de potabilidad, "agua corriente", no tuvimos en Chiclana hasta el año 1966.
El cántaro, la vasija de barro con un asa, ancha por la barriga y angosta por la boca, era la pieza fundamental del transporte del agua en los campos de Chiclana, tanto en la viña como en los cortijos, a la entrada de cualquier casa de campo, siempre había, en la sombra, unas aguaderas de madera con sus cántaros sudorosos. Los que se usaban en la viña se hacían inconfundibles pues enseguida se coloreaban de un tono azul, al usarse para transportar la lechada de sulfato de cobre, primer fungicida contra el mildíu.
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