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Desde mi cierro

Pedro G. / Tuero

Bernardino de hoyos

Sus ojos eran verdes, como las esmeraldas más exquisitas. Su piel pálida, tan suave y frágil como el pétalo de una efímera rosa. Su cabello color de miel, brillante cual rayo de luz divina… Y cuántas veces querido Bernardino habrás pensado algo así, y no para escribirlo, sino para pintarlo.

Porque cuánta alegría me dio verte el pasado martes asomado a este Diario. Observar tus fotografías y leer lo que el periodista narraba de ti. Nos decía que casi 92 años entregado a la pintura, una obra inspirada y dedicada por esta luz y a la Bahía de Cádiz. Que tu vida cercana al mar en tus comienzos y a la enseñanza después, tuvo como lo más preferente esa pintura al temple, a la que le supiste dar ese toque maestro y personal que dejaba admirado a todo espectador. Pero yo no sé si la palabra o el oficio de cartelista te corresponden, para mí tú has sido más que un simple copiador de una realidad, o un anunciador o pregonero plástico y figurativo de una fiesta venidera. Lo que tú reflejas en el retrato es pura inspiración salida del alma, en una época sin ordenador, ni trucos digitales. Por eso, comenzaba de esa manera este bondadoso artículo que te dedico, pues la mujer fue siempre la esencia de tu obra, y así lo decían los que bien te conocen, la mujer bella y elegante, que si no lo encarnaba, tú la convertías. Trascendente retratista de aquella mujer de los cincuenta y sesenta, esas madres o abuelas que fueron de los que hoy mucho más jóvenes, te admiramos.

Perteneciente a una familia que desde aquellas montañas cántabras llegó hasta aquí, como tantos, y arraigó en esta Isla acogedora, de enorme descendencia y que tú bien cumpliste, pues tus siete adorados hijos son para ti la obra más notable y preferida, el cuadro más completo o el esfuerzo mejor pagado. Y lo he comprobado al tener a José Mª, tu hijo filólogo, como compañero muchos cursos en el "Isla de León", pues su bondad y el esmero en su trabajo, decían mucho de ti. Y te recuerdo siendo aún niño, cuando llegabas a casa a visitar a tu sobrino Pepe Cossío -mi inolvidable tío político- y contentos todos me decían que ahí estaban Nino y Nani, porque tu gracejo y extraordinaria simpatía hoy no se me olvidan, como tu forma tan característica de hablar que parecía que pintabas las palabras, o tu bellísima esposa Nani, con ese róete de plata que tengo tan presente.

Sé que te rendirán un merecidísimo homenaje el próximo sábado y se inaugurará una exposición de tu valiosa obra. Haré lo posible para estar a tu lado y abrazarte. Gracias Nino por ese trozo de vida que me regalaste, y ojalá esa contemplativa mirada que hoy te observo, sea para siempre. Con cariño.

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