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Cambio de sentido

Uno de los nuestros

Lo peor de la política cortesana es que inhibe a las mejores mentes y espíritus y catapulta a los cocodrilos

Alguien, en cierta ocasión, por querer –y no poder– hablar con propiedad dio en el clavo: por decir economía sumergida, decía economía sumergible. Chapó. La cuestión no es –no solo– los grandes capitales sumergidos, sino toda la pasta que a un sistema le cabe sumergir. Receta válida para el politiqueo: el problema no es solo el iceberg al que solo le vemos la punta de agradaores, trepas, palafreneros, comisionistas, conseguidores, putañeros, psicópatas subclínicos, tenientes corruptos y demás caterva poco ilustre ni ilustrada; sino las prácticas de poder que los atraen, albergan y hasta disculpan. Parece poco creíble que no vieran venir al tal Koldo. Bulto hacía y señales daba, que se lo pregunten al alcalde de León. Que su asesoría a un cargo público consistiera en apartarle las moscas al ministro, como si fuese un tribuno romano de visita al Aventino, quizá haga preguntarse a algún estudiante que a qué perder el tiempo y la vista entre libros. El histriónico y pequeño Nicolás, narcisín cuyas andanzas pueden verse ahora en un documental, pasó como “uno de los nuestros”, mimetizado, casi desapercibido, y eso que iba pidiendo a gritos el talego. En la serie de Netflix lo pintan como un pícaro. Más quisiera.

Hay otra forma de hacer política. No lo supongo, lo afirmo. Lo tengo comprobado en el ámbito territorial y directo, en alcaldesas de su pueblo, delegados provinciales, cargos chiquitos rayanos en técnicos, en alguna subdirectora ministerial... Los he visto remangarse, apostar y hasta morir de fuego amigo. Los he visto irse del cargo. Las he visto no aspirar a más para poder colmar su vocación de servicio público. Lo peor de la política cortesana, insidiosa y mamona es que inhibe a las mejores mentes y espíritus y catapulta a los cocodrilos. Lo peor de la nueva política es que no lo sea. Espabilados, ávida dollars, peponas de su ventrílocuo y eunucos faltos de faraón habrá siempre. Lo que hace falta más que el comer es decirles que aquí ya no, que aquí no es. Pero la vieja política no se ha ido y la nueva no termina de llegar. Cuántas veces los entornos del poder son semilleros de aspirantes a Licaón. Cuántas veces se niega y no se persigue y se da sitio a los afanadores, y se expulsa a quien los señala. Cuántos millones de nuestros impuestos ceba el silencio de corruptos. Cuántos españoles, de poder meter mano, la metería. Las famosas dos Españas más valiera volver a agavillarlas, con alta exigencia, a partir de estas preguntas.

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