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De nada

Que los artículos nos gusten, aunque no hablen de nada, nos permite hablar de todo

Leo un artículo de Víctor Colden en su libro Gazeta de la melancolía. Va de nada y se titula "Quinientas palabras", que son las que tiene, como el soneto de Lope a Violante tenía catorce versos. Guía a Colden el mismo empeño que a Guillermo, duque de Aquitania, cuando escribió un poema cuyo primer verso proclamaba: "Farai un vers de dreit nien", o sea: "Haré un poema de absolutamente nada". Yo no he tenido más remedio que intentarlo a veces. Si uno escribe casi todos los días, tiene que hacerlo sobre lo primero que se le ocurra, incluso cuando nada se le ocurre.

No era el caso de hoy, pero el texto de Colden me ha cambiado los planes. Esas columnas sobre nada nos dicen mucho sobre el columnismo. La voz del escritor se escucha más nítida y su estilo más limpio y, entonces, descubrimos que no leemos artículos primariamente para informarnos de nada, sino sobre todo para escuchar una voz amiga y limpia a la que tenemos ley.

¿Es ese un motivo para hablar por hablar, sin tocar materia? Quitando la excepción irremediable, para todo lo contrario. Debemos hablar de lo que pensamos, con la certeza de que un buen puñado de lectores nos oirá con gusto aunque no comparta nada de nada (otro tipo de nada). Eso, en una sociedad tan polarizada, tiene un valor cívico indispensable, porque tiende puentes; y no sobre el vacío, como sueñan los profesionales de la equidistancia, sino sobre las sólidas orillas de cada cual.

Antonio Machado ya advirtió que, aunque nuestro interés sea más que nada literario, el lector tiene que respetar al autor completo: "Cuando se dice que para gustar la poesía de Dante es preciso eliminar cuanto puso en ella el escolástico, el güelfo blanco y en hombre de una determinada historia pasional, se propone, a mi juicio, un absurdo tan grande como el de sostener que sin Dante mismo se hubiera podido escribir la Comedia". Si alguien pretende cortar a todo escritor según el patrón de su propia ideología, se quedará, para empezar, sin la obra que ese escritor sí podía hacer. Y esa es la única grandeza definitiva de un hombre, según Chesterton: hacer para todo el mundo lo que el mundo no podría hacer por sí. Ese lector aséptico apagaría además el timbre intransferible de una voz que, como demuestra Colden en su artículo sin nada, salvo su estilo, es lo que, de persona a persona, nos estremece. Yo ahora le diría: "Gracias, Víctor"; él me respondería: "De nada".

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