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Desde el anticuario

Antonio / Rivas

Antifaz

EL Carnaval era para mí ruido de bombo y caja por la calle San Rafael, y yo que me asomaba al balcón para verlos camino del Falla. Era mi padre los domingos de vuelta a casa en el coche cantando viejas coplas, y yo escuchando desde el asiento trasero. Era Paco Alba que ganaba con 'Los abuelitos chirigoteros' en el 74 y salía a escena tras los premios para reinterpretar parte del repertorio. Era que me presentaran a Antonio Martín en el antiguo Club Caleta, el verano después de 'Ángeles y demonios'. Era un ensayo del Quini en el estadio. Eran los discos de Belter, el de tangos antiguos que grabaron 'Los Monteros', o 'Los cristobalitos', o 'Los tarantos'. Era el ensayo de 'Caleta' que viví desde el primer día hasta la movida de la escalera de la Facultad. Era el Molondro, la Estrella y la Estación Marítima antes del concurso.

El Carnaval era para mí una comparsa juvenil que saqué en el 82 con gente de la Barriada de la Paz, que paraban en la murallita junto al Villoslada. Era pedir permiso a mi profesor de gimnasia para faltar un día porque esa comparsa debutaba en el Falla; y su cara de extrañeza porque yo me dedicara a esto (curiosamente el profesor es hoy gerente de todo esto: Jesús García Chaparro).

El Carnaval eran los primeros aplausos en el Falla y mi primera final ese mismo año. Eran mis compañeros de clase oyendo Eagles y Supertramp y yo a Fletilla, a Juan Poce, a Villegas y Pedro Romero. El Carnaval es Manolo Moreno, el Habichuela, Adela del Moral, Manolín Gálvez y, cómo no, Julio Pardo. Todos con los que he compartido trayectoria. Es escribir y seguir siendo aficionado que admiraba a los grandes. Es el radio-cassette sobre la cabecera de la cama con las cintas de Izquierdo y repertorio de los setenta y ochenta que me sigo sabiendo de memoria.

El aficionado, sin quererlo, cumplió con los méritos que considera la hermandad de Antifaces de oro para considerarlo uno más de los suyos. El viernes, por primera vez, abrí una de las puertas de los dos palcos que tienen reservados en el teatro, y sentí el abrazo de mis mitos vivos y muertos. Quiero siempre ser fiel a ese carnaval, y no al del botellón de la calle, al de las insidias, al de las envidias, al de los foros envenenados con malvados enmascarados, al de los comentaristas sabihondos, ni al de los columnistas pseudograciosos con cristalitos en las tripas. Ellos no eran nada, ni existían en la fiesta, cuando yo veía las chirigotas por San Rafael camino del Falla, y cuando mi padre cantaba en el coche.

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