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Yo te digo mi verdad

Andalucía, todo y nada

Definir a los pueblos y a los individuos enmarcándolos en fronteras administrativas y artificiales es una gran mentira

Por más que se empeñen políticos y redactores de discursos oficiales, el Día de Andalucía se ha convertido en poco más que un magnífico pretexto para reivindicar el desayuno tradicional con aceite de oliva en los colegios y encadenar días libres en el puente festivo. Sí, es verdad, también es buen motivo para nombrar a hijos predilectos, adoptivos y reconocidos con medallas y banderas por toda la geografía. Además de para asombrarnos al oír cómo bocas impensables son capaces de entonar sin despeinarse himnos que incitan a los andaluces a levantarse y pedir tierra y libertad.

En realidad la manera más extendida de celebrar la fiesta autonómica (por cierto ¿habrá forma menos emocional y más sosa de referirse a una patria que la de autonomía?) es pasar cuatro días en Madrid o Lisboa, o en algún pueblo de alguna de las sierras andaluzas, o como este año, callejeando por el Carnaval de Cádiz. En eso no nos distinguimos mucho de otras comunidades, ni incluso de las 'nacionalidades'.

Porque, a ver, ¿qué es ser andaluz? ¿Tener y exhibir la machadiana alma de nardo o portar la perenne sonrisa de la gracia y el ángel que nos atribuye el tópico? ¿Arrostrar la pena jonda de la pobreza como castigo histórico? ¿Bullir con el espíritu inquieto y rebelde del marginado o comulgar con la nueva esencia conservadora de mayoría absoluta? No sabemos si es más andaluz el señorito de cogote rizado o el buscador de paguitas y subvenciones, si nuestro ideal debe ser representado por la pluma estilizada de Cernuda y Lorca o por el verbo sin pulir de Los Morancos.

Definir, no ya a los pueblos, sino a todos y cada uno de los individuos enmarcándolos en fronteras artificiales y administrativas, es una grande, elaborada y a ratos hermosa mentira. Si lo pensamos bien, hacen falta muchos siglos de costumbre y enseñanza para que terminemos creyéndonos más hermanos de una persona que ha nacido o vive en Almería que de otra que está un metro más hacia el noroeste, en Murcia.

Contra la creciente costumbre de ensalzar himnos y banderas cada vez más particulares, ideal por ideal, prefiero el que consiste en acabar con las fronteras sobre todo mentales, lo que no sería más que reconocer el hecho de que somos simplemente el fruto casual de múltiples injertos de celtas, íberos, fenicios, griegos, romanos, árabes, vándalos, suevos y alanos, más los miles que se me olvidan. Es decir, todo y nada.

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