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Amor a los enemigos

Hay muchos republicanos finos que piensan que lo que no se hace a ciudadano Pérez tampoco a ciudadano Borbón

Según el catedrático de Antropología Filosófica Jacinto Choza, la existencia de enemigos es una bendición. No sólo porque nos permiten cumplir con el precepto evangélico de amarlos, sino porque nos ayudan a definirnos y a conocernos, por contraste.

También nos sirven para vernos los defectos que compartimos con ellos con una luz más nítida, sin tantísima autoindulgencia. Pongamos a Pedro Sánchez: no es mi enemigo talmente, porque no jugamos en la misma liga; pero tampoco es santo de mi devoción. Ahora va el hombre y llega cincuenta minutos tarde a una cita con el Rey. Y yo, de pronto, comprendo (como quien cae de un caballo paulino) la importancia de la puntualidad. Nunca es -ejem- tarde.

Hasta ayer citaba con enorme alegría a María Félix: «Mejor llegar tarde que llegar fea», aunque esa excusa al autodenominado «Pedro el Guapo» no le debe de servir. Yo, como lo que me gusta es que me dejen leer y voy siempre con un libro en el bolsillo, el retraso de los demás lo agradecía; y a los míos, ay, en justa simetría, no les daba más importancia. Por otra parte, estaba la autoridad de Chesterton, que dijo: «Soy uno de esos que está predestinado (una expresión inmoral) a llegar siempre tarde. Tuve un antepasado que llegó tarde a la batalla de Waterloo y tengo algunas veces casi la esperanza de que llegaré tarde al Juicio Final».

Gracias a Pedro Sánchez, sin embargo, esto se me va a acabar. He visto clara la impúdica impertinencia de la impuntualidad. En este caso, además, empeora, porque se nota más que nunca lo que el retraso tiene siempre de instrumental: Sánchez habrá calculado el eco mediático de su feo y la satisfacción que el gesto crearía entre los republicanos españoles por la carga subrepticia de superioridad supuesta que ese gesto despliega. Lo del eco mediático es verdad: véase, ay, este artículo. Lo del orgullo republicano depende de la sensibilidad de cada republicano, pues es muy probable que muchos, más finos, piensen que lo que no se debe hacer al ciudadano Pérez tampoco se debe infligir al ciudadano Borbón.

A pesar de su pifia personal y política, quedo en deuda con Sánchez. Llegaré ahora siempre como un clavo inoxidable, digo, inexorable. Todo, antes de que me acusen de estar comportándome como él. ¿Y Chesterton? Obsérvese que habla (como quien no quiere la cosa) de que esa predestinación es «inmoral». Sánchez va a cambiar mi destino, Dios se lo pague.

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