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Víctor J. Vázquez

vvazquez@us.es

Amnistía sin concordia

Esta amnistía servirá para la supervivencia política de las élites que la pactan, pero hará más difícil una concordia real

El Presidente ya ha indultado la amnistía. La ha indultado de su propia condena y la de sus ministros, que la censuraron por inconstitucional y contraria a sus principios. La amnistía, hoy justa y necesaria, fue anatema durante la legislatura y, muy llamativamente, durante la campaña electoral, donde se negó su viabilidad jurídica y moral. Un hecho que nos sitúa ante dos opciones. La primera, que el Presidente no fuera capaz de entender algo que ahora nos exige entender como evidente: la necesidad cívica de una amnistía y su aptitud constitucional. La segunda, que lo entendiera, pero hubiera decidido engañar al pueblo, consciente de que con la verdad no hubiera obtenido su respaldo. Condorcet, en un libro clásico, ¿Es conveniente engañar al pueblo?, centra esta disyuntiva en torno a la idea de imbecilidad. Si un dirigente, bien informado, incurre en un error de comprensión, constitucional y moral, tan grave, es porque se ha visto afectado por un episodio de imbecilidad transitoria. Si, en cambio, quiso y logró engañar al pueblo, el considerado imbécil es este último. Para Condorcet es esta segunda opción, que él denostaba, la normalmente plausible, pues la noble mentira de Maquiavelo había hecho fortuna en su tiempo político. Se trata de engañar al pueblo para satisfacer un interés superior. Así, si es la concordia entre España y Cataluña lo que está en juego, bien vale la mentira electoral. Ahora bien, la cuestión es si ese engaño realmente va a ser útil para el fin que se propone. Primero, porque hay que aclarar los actores de esa concordia. La manera en la que se está escenificando la amnistía menosprecia la importancia de la concordia entre catalanes, es decir, de que exista un mínimo gesto de los amnistiados hacia esos millones de ciudadanos que, por su ideología o identidad, fueron despreciados en un proceso ilegal. Y, en segundo lugar, porque esa concordia entre una parte Cataluña y España exigiría otra transparencia y credibilidad en este proceso de magnanimidad al que muchos, ajenos a la pancarta ni olvido ni perdón, abriríamos los brazos con entusiasmo, de no haberse gestionado de espaldas al pueblo, con desprecio a la oposición, y sin que aún haya mediado gesto alguno de responsabilidad pública y avenencia por sus beneficiarios. Si finalmente esta es su escenificación, esta amnistía servirá para la supervivencia política de las élites que la pactan, pero, a largo plazo, hará más difícil un diálogo público honesto, entre catalanes, primero, entre España y Cataluña, después, por una concordia cierta. Y deseo, claro, equivocarme.

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