AHORA sí que va a haber Semana Santa. La que todos conocemos porque sin pasos ni gente no es Semana Santa. Este año estrenaremos lo que siempre fue. La celebración explosiva y bulliciosa de la muerte más importante de la historia, tanto que el tiempo se mide, para todos, con el antes y el después de Cristo, tanto que no hay nada que haya generado a lo largo de los siglos más reflexión, más incertidumbre, más arte e interpretaciones, más interés, más negación.
Reconozco que lo que mayor disfrute me produce de la Semana Santa es poder mirar. Tanto o más que sentarme en la playa a ver pasar cuerpos, mirar a los niños que juegan, al solitario que lee, a la pareja que pasea, al intrépido que se zambulle en el mar revuelto, a la madre atenta, al anciano que sueña sus recuerdos, al adolescente que sufre su primer mal de amores, a quien disfruta su fugaz amor de verano, al paisaje humano, al natural y al divino de la imaginación que siempre vuela por sus propios fueros.
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