Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La vía es (por ahora) andaluza
"En la Isla nos llaman capacha con todo el cariño del mundo". Intento recordar quien fue quien me contó aquello -no lo recuerdo, quizás uno de mis primos durante su paso por el Liceo- hace ya bastantes años. No me importó. Para mi la capacha era el pan de todos los días. Era la capacha de mi abuelo Juan, volviendo a su casa del Matadero Viejo con su mula blanca. La de mi abuelo Sebastián, ya en aquella Mobylette de 49 c.c. a la que ponía un serón en la calle Churruca y cabía el mundo entero en ella. La capacha era el recipiente -siempre al hombro, con tapa y cierre que era un nudo de empleita, hecha de palma, a veces de esparto, vieja, gastada y siempre oliendo a comida- y, a la vez, también las "viandas" mismas que el jornalero se llevaba al campo: pan y tocino, chicharrón, butifarra si acaso, que, sin embargo, para el salinero, para el albañil, era el "costo". También hoy es capacha el que la porta, más bien el que la portaba al hombro, porque está en extinción de la misma manera que muere una forma de vida, un modo de sentir, de vivir, de querer al campo, a la viña, al vino de Chiclana. Sí, la viña, es aún un durísimo trabajo por más que ya no se cave a lomo, que hoy mantienen pequeños viticultores en la jubilación o al borde de ella que son el último eslabón de una tradición de siglos. ¡Y cuánto quieren a su viña, con que orgullo recorren entre liños el campo! ¡Con qué pasión! ¡Con todo lo que han sufrido entre las cepas!
Anoche, la Peña Carnavalesca Perico Alcántara entregó a Manolo Manzano, presidente de la Cooperativa Unión de Viticultores Chiclaneros, su premio "Capacha 2015". ¡Un auténtico capacha! Sí, sin desmerecer a nadie, a ningún otro de los galardonados en años anteriores -Juan Izquierdo, Pedro Vélez, Pepe Mier, Joaquín Ballesteros "El Cuña", Manolo Alcántara, Sebastián Benítez y Diego Vela, todos chiclaneros de pro-, Manzano es "capacha, capacha"; no en vano esa capacha a modo de trofeo que le entregó la Peña tiene una cepa vieja por soporte. "Manolo encarna esa raza de chiclaneros de pura cepa, trabajador, honesto, caballeroso, que ha dedicado su vida por completo al campo, que han enaltecido con su trabajo las viñas y los vinos de Chiclana", le reconoció ayer la Junta Directiva de la Peña Carnavalesca que preside Pedro Torres. Manolo es, singularmente, un ejemplo, un símbolo. Como él mismo dijo, no menos auténticos capachas son los socios de la Cooperativa, sus compañeros de la Junta Rectora. "Quiero hacerlo extensivo -dijo- a todos los hombre del campo chiclanero que durante tanto y tantos años, tal vez siglos, fueron portadores de sus capachas". A ellos se debió referir el primer isleño que dio en denominar capacha a un chiclanero. Y, sí, ese es nuestro origen y nuestra historia. Manolo Manzano y todo lo que significa: "Soy de una generación que no tenía más que el campo. La huerta. La viña. Soy de esa generación que, realmente, tuvo una capacha, y todo los días la llevaba al hombro al campo". Una lección de orgullo.
La capacha, sin embargo, no es ni mucho menos chiclanera. Aunque singularmente -e históricamente- la sintamos como nuestra. Aparece hasta hace poco años en investigaciones etnográficas en Trebujena, en Alcalá del Valle, pero, sobre todo, tiene un origen medieval indudable: aparece por primera vez -"Una capacha de esparto, vieja", según el escribano- en el llamado "Secuestro de bienes", o sea, el "Inventario de bienes moriscos del Reino de Granada" (1567). Y Mateo Alemán la cita repetidamente en la primera parte del "Guzmán de Alfarache" (1599), entre ellas una sobresaliente: "Abre esa capacha -dice Guzmanillo-. ¡Gran palabra! Letras que de oro se me estamparon en el corazón, dejándolo colmado de alegría (Pág. 337)". Y Cervantes ya llama a los hermanos de San Juan de la Cruz "hermanos de la capacha", en el "Casamiento engañoso", una de sus "Novelas ejemplares" (1613). Saltó también a América, hoy se sigue empleando de Perú -"A pata pelada caminábamos, con la capacha al hombro", según escribió el gran Ciro Alegría- a México, en donde además tiene una acepción en el hampa como sinónimo de cárcel, es decir, lo que aquí sería el talego, o talega, que viene a ser lo mismo prisión que una capacha, pero de tela. El "Diccionario de Autoridades" de la Real Academia Española ya la incluye en 1729 -"se llama en Andalucía a una esportica manual hecha de palma, para traer fruta y otras cosas menudas"-, aunque dice en otra acepción que es lo mismo que "Capazo" o "capacho", error bastante extendido, porque un capacho -dos asas cortas, sin tapa, de mayor capacidad- no es lo mismo que una capacha: como cualquier chiclanero sabe, como cualquier "capacha" sabe, como cualquier "capacha auténtico" -Manolo Manzano y todos los sabios viticultores chiclaneros- ha tenido que padecer: ¡aquellas vendimias con capachos empapados de mosto con sesenta, setenta kilos de uva! Esos mismos capachos con los que se cargaban las reatas de cinco bestias, que eran las que sumaban en Chiclana una carretá, es decir: 590 kilos de uva o 60 arrobas, aproximadamente. Lo necesario para una bota de vino.
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