Fútbol El Cádiz CF, muy atento a una posible permanencia administrativa

Yo te quiero mucho ayer

Una buena idea, querida Pepa Pacheco, sería una gran exposición sobre ambos centenarios

Puede que las hijas de don Celestino fueran las dos mujeres más guapas y atractivas del San Fernando de hace más de 50 años. Don Celestino fue un médico muy conocido en la ciudad. Casi como don Cayetano Roldán en los años 30. También don Salvador Ramírez de Isla, el cirujano y traumatólogo lo era. El tamaño de la Isla daba estas cosas. Sí, las recuerdo andando por la calle Rosario, la gente se daba la vuelta disimuladamente para mirarlas. No eran las únicas guapísimas, no lo eran, pero eran guapísimas, esbeltas, elegantes, inolvidables las hijas de don Celestino. He pensado en ellas ayer, al ver a una pareja de las que también llamaban la atención en aquella Isla. Era una pareja de guapos que luego se casarían y siguieron siendo una pareja que todo el mundo miraba. Él era un chico alto, muy agraciado (se decía así delicadamente) y ella guapísima y muy discreta, una mujer bella de verdad. Estaban los dos en la cola de la cajera del supermercado. Yo estaba detrás de ellos, esperando mi turno. Él estaba sentado en una silla de ruedas de esas modernas que tienen una batería para desplazarse. Su mujer se afanaba en guardar en las bolsas lo adquirido en el súper. Los miraba con mucho cariño y delicadeza. Y comprobaba lo que se suele decir popularmente, quien tuvo, retuvo, pues conservaba la belleza de su cara, la armonía de sus movimientos, esa estela de las guapas que siguen siéndolo. La ciudad de hace más de 50 años se me presentó delante de los ojos, puede ser porque alguien que sabe de mi amor a la Isla me envió unas fotos del San Fernando de 1910, la ciudad del centenario de las Cortes, tres fotos de impacto. San Fernando hizo un esfuerzo en esa efeméride. Una buena idea, querida Pepa Pacheco, sería una gran exposición sobre ambos centenarios. Y lo que se encuentre o halle del mismo 1810, año verdaderamente inaugural de la ciudad, de algún modo. Pues la infame invasión de Napoleón nos situó en el centro de una historia de liberación de la vieja Nación histórica, en la que se refundó una Patria Constitucional que establecía como objeto de la Política la felicidad de los españoles y una definición maravillosa de España, que no podía ser de ninguna familia ni persona, sino de los españoles. Nada menos. Costó sangre, sudor y lágrimas de verdad. Y el caño de Sancti-Petri fue la frontera infranqueable, el sitio en donde se dilucidó a sangre y fuego el futuro del viejo reino de España. Siempre vuelvo a estos días y a la ciudad entrevista de mi infancia, en donde los vestigios eran muy sobresalientes, había ese aura sobre el caserío y el paisaje.

Ahora en agosto también estará este recuerdo y las palabras de Tamatea, la última novela de Luis Berenguer: Yo te quiero mucho ayer.

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