Pablo-Manuel Durio

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¿Qué pasa en las hermandades de Cádiz?

La abrupta intervención de Medinaceli en vísperas electorales saca a la luz varias cuestiones que pueden ser claves para de entender una parte de la realidad cofradiera de la ciudad Los últimos decretos del Obispado en materia de cofradías

La imagen de Jesús de Medinaceli, en su procesión del Jueves Santo.

La imagen de Jesús de Medinaceli, en su procesión del Jueves Santo. / Lourdes de Vicente

No cabe duda que la repentina intervención de la hermandad de Medinaceli ha supuesto toda una sorpresa, aunque no es menos claro que este final dañino con la cofradía intervenida se veía venir desde el mismo día en que se supo que otro candidato concurriría a las elecciones. Las hermandades vuelven a sufrir un golpe, en este caso provocado por los propios cofrades, que deja varias claves del contexto actual a tener en cuenta.

Lo primero que asoma a raíz de lo ocurrido en Medinaceli es que prácticamente siempre que dos listas diferentes concurren a un cabildo de elecciones hay problemas, hay tensión, polémica en definitiva. Hay un cruce de acusaciones que en muchos casos traspasa la frontera del ámbito personal y la esfera privada de la otra candidatura, denuncias que van y vienen a Hospital de Mujeres, y meteduras de pata en forma de comentario en redes sociales o de insultos en dependencias parroquiales. En todos estos casos, el problema de fondo siempre es el mismo: la falta de madurez, la nula confianza en los procesos democráticos de las elecciones cofradieras (es decir, que los hermanos voten y decidan con ello quién debe gestionar la hermandad) y, más grave aún, anteponer siempre los intereses personales a la propia hermandad a la que se dice querer servir.

Vinculado a esto, se aprecia también un problema que estaría en la propia norma diocesana, incapaz de frenar conflictos o polémicas en estos procesos en los que hay dos candidaturas distintas y que en un alto porcentaje de casos suelen acabar con las elecciones suspendidas o con la hermandad en manos de un comisario. Convendría generar una reflexión a este respecto y plantear posibles mecanismos normativos que planteen una más pronta mediación que evite la hasta ahora única solución, que siempre pasa por el extremo más perjudicial para la hermandad: la intervención (teniendo en cuenta, al hilo de esto, los problemas derivados de la intervención según se concibe en la diócesis, suspendiendo cualquier culto externo y prácticamente paralizando al completo la vida ordinaria de la hermandad, tanto en el apartado cultual como administrativo). Habría que contemplar otros mecanismos, otro modo de desarrollar el proceso electoral u otros interventores (aunque en esto ya se avanzó algo con el supuesto nombramiento de un representante del Consejo en cada cabildo) ajenos a la junta en funciones que, a su vez, es una candidatura para evitar estos males mayores que tanto daño hacen a la normalidad de una cofradía. Y a la imagen de todas las cofradías en general.

Si se ha mirado a los cofrades, en primer lugar, y a la regulación de los procesos electorales, en segundo, no debe escapar de este análisis el clero, actor en muchas ocasiones bastante importante (protagonista, incluso) de la deriva de las hermandades. En los últimos tiempos hay cierta sensación de un libre albedrío de los sacerdotes respecto a sus funciones –y responsabilidades– dentro de las hermandades; incluso sin ser directores espirituales tienen una trascendencia demoledora que siempre desequilibra la balanza hacia el mismo lado. Las funciones de los sacerdotes en el ámbito cofradiero son claras, pues las definen el Código de Derecho Canónico y las propias normas diocesanas; el problema está en que el clero muchas veces no atiende a estos ordenamientos y excede sus funciones, entrometiéndose en todo tipo de cuestiones y decisiones que para nada le corresponden, y dándose casos de excesiva gravedad pese a los cuales siempre sale perdiendo la hermandad. Es más, posiblemente la inmensa mayoría de directores espirituales (y del clero diocesano en general) ni siquiera conocen las normas dictadas y actualizadas en 2019 para las hermandades y cofradías, que también les afecta y les obliga a ellos. Si esto no se remedia, este tipo de situaciones como la que sufre ahora Medinaceli serán cada vez más corrientes. O están siendo ya, de hecho, cada vez más corrientes.

Y quizás ligada a todas estas claves, y por encima de todas ellas, hay una que puede ser fundamental: la fragilidad de las hermandades de Cádiz. No puede ser común que ante cualquier mínimo problema, que ante un proceso con dos listas, una intromisión indebida de un sacerdote o cualquier otro asunto, la hermandad salte por los aires y termine intervenida por tiempo indeterminado y en manos de un comisario externo cuya función, muchas veces, ni se entiende ni beneficia lo más mínimo a la cofradía, sino todo lo contrario. Y si alguien piensa que esto último es erróneo, pregunten a todas las cofradías (a todas) que han sido intervenidas en los últimos años.

Que una cofradía como Medinaceli, que tiene por titular a una de las imágenes más devocionales de la ciudad, termine intervenida y con elecciones suspendidas sin que nadie ponga el grito en el cielo, es síntoma de fragilidad. Que una cofradía como el Huerto vaya a cumplir un año de intervención y no haya podido procesionar en la Semana Santa (la primera absolutamente normal después de la pandemia que impidió salir a la calle durante dos años) sin que nadie en el mundo de las cofradías levante la voz, es síntoma de fragilidad. Que corporaciones que se sustentan en cientos de personas, que son las que forman cada nómina de la cofradía, terminen en estas situaciones, es síntoma de la fragilidad de los cuerpos de hermanos, por muy numerosos que sean.

El varapalo que ha supuesto la suspensión de las elecciones e intervención de Medinaceli no debe servir para buscar culpables (que para eso, se entiende, actuarán ahora el comisario y la propia Delegación Diocesana, a tenor de la gravedad de los hechos que denuncian una y otra parte). Más allá de perder el tiempo en eso, como llevan perdiendo unos y otros hace ya un año en El Huerto, el escenario desolador que queda en Santa Cruz debiera servir para una reflexión por parte de todos (cofrades de a pie, cofrades implicados en los gobiernos de sus hermandades, cofrades implicados en los organismos locales y diocesanos, clero y responsables de Hospital de Mujeres) sobre qué está fallando en la realidad cofradiera, qué se está haciendo mal, cuáles son estas debilidades que afloran con demasiada asiduidad. Y, por supuesto, explorar cuáles pueden ser las soluciones, las medicinas, para que todas esas hermandades que tan fácilmente entran en el cautiverio sean rescatadas (con salud y fortaleza) para seguir siendo útiles bajo la dirección comunitaria de sus hermanos.

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