Turismo Cuánto cuesta el alquiler vacacional en los municipios costeros de Cádiz para este verano de 2024

Yo nací, perdonadme, sin Papá Noel, así que imaginad cómo me sería de extraño cuando se cambió el nombre por el de Santa Claus. Quiero decir que por mucho que os empeñéis no tomaré nunca como mías las diademas con cuernecitos de reno ni los gorritos rojos que se inventó la Cocacola para representar lo que nunca fue la Navidad, ese espíritu que para mí no pasa de las tortas hechas en familia, los polvorones a mansalva, la copita de anís en mis labios de niño y la inenarrable y humilde felicidad del trasiego que suponía la sorprendente visita a deshora de una tía amada.

Lo demás es adorno, envoltorio cada vez más oficial y presupuestario, destinado a engordar, no las deseosas y verdaderas tripas del humilde, sino las insaciables del harto. Las Navidades han pasado a ser, hace ya tanto tiempo, una ocasión de oro para el comercio y la hostelería, que se suma a tantas otras a lo largo del año que ya hemos perdido la cuenta. Lo siento, yo ya era vintage antes de que adoptáramos el barbarismo.

Y el viejo que todos llevamos dentro hasta que los años lo liberan me pregunta ahora: ¿qué locura es esta de invitarnos continuamente a salir y a gastar, en Navidad, en Reyes, en rebajas, en Carnaval, en rebajas, en Semana Santa, en rebajas, en Feria, en rebajas, en Blackfriday, en rebajas, en Navidad…?

Yo, agnóstico, casi ateo, nací (perdonadme) sintiéndome feliz durante un par de semanas invernales al compartir las familiares y cálidas pajas de un pesebre con un dios que por eso me era cercano y redentor. Con eso bastaba para reclutarme entre las filas de los creyentes. Ayudaban, claro está, las pocas bombillas extraordinarias, pero eran mucho más proféticas las aguas del río de papel de plata del nacimiento que montaba el niño rico del vecindario y el modo en que hacía caminar cada día a los camellos de los Reyes Magos en su lento viaje hacia el portal. Verdad o mentira (seguramente, mentira pero envuelta en esperanza) guardaba a la vista un sentido que ahora no le encuentro a los millones de luces led sostenibles ni a las actividades organizadas por los ayuntamientos, ni, lo siento, a los discursos pronunciados por populares personajes que olvidan desear paz a los hombres y mujeres de buena voluntad.

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