Asistí, recientemente, a un cine debate en el que se proyectó la película 'El gran dictador'. ¡Qué desgracia que la obra que Charles Chaplin rodara en 1940 siga siendo tan actual!

Detrás de la guerra en Ucrania y otras que siguen activas hay seres que se creen superiores a los demás y dueños del mundo. Seres que, como Hynkel, el dictador de Tomania y protagonista de la película, juegan a su antojo con el globo terráqueo porque el pueblo que los padece también los tolera.

Salvando muchas distancias, porque no estamos hablando de lo mismo, ¿no tenemos la impresión de que, a veces, nuestros gobernantes juegan con nosotros?

Vivimos momentos propicios al "sálvese quien pueda" y en los que el desánimo y la desesperanza parecieran estar justificados. Por eso les invito a ver de nuevo 'El gran dictador'. Necesitamos esperanza porque "la esperanza es el mejor médico que conozco", decía Alejandro Dumas. Como en 1940 también hoy necesitamos escuchar las palabras del barbero judío que, suplantando a Hynkel, decía: "No desesperéis", y que invitaba a "todos a luchar para libertar al mundo, para derribar barreras nacionales, para eliminar la ambición, el odio y la intolerancia". Y que añadía: "Hannah, mira a lo alto. Las nubes se alejan, el sol está apareciendo, vamos saliendo de las tinieblas hacia la luz. Caminamos hacia un mundo nuevo, un mundo de bondad en el que los hombres se elevarán por encima del odio, de la ambición, de la brutalidad. Mira a lo alto, Hannah. Al alma del hombre le han sido dado alas y al fin está empezando a volar. Está volando hacia el arcoíris, hacia la luz de la esperanza, hacia el futuro. Un glorioso futuro que te pertenece a ti, a mí, a todos. Mira a lo alto, Hannah. Mira a lo alto".

Nos hace falta esperanza. Pero no cualquier esperanza. Herbert Marcuse decía: "La esperanza solo se la merecen los que caminan". Los que se la curran, podríamos decir. ¿Estamos dispuestos a ponernos manos a la obra? ¿Estamos dispuestos a mirar a lo alto?