Análisis

Guillermo Alonso Del Real

Los ancianitos son una lata

Este era el título de una novela de Evaristo Acevedo, quien sostuvo durante años "La cárcel de papel" en la añorada "Codorniz". La prensa humorística no vive sus mejores momentos, por más que "La Razón" y "El País" realicen denodados esfuerzos para ponerse a la altura de la revista que dirigió el gran Miguel Mihura. Se ve que Marhuenda no consigue dar en la tecla, vaya por Dios.

Pues sí, los ancianitos somos bastante pesados, por más que ahora nos pongan nombrecitos políticamente correctos, como "personas de la tercera edad" o "mayores". Se ve que los años nos hacen intemperantes, gruñones y bastante puñeteros. Por estas fechas (y lo que te rondaré, morena) los pensionistas, en su mayoría jubilados o similares, se han lanzado a las calles dispuestos a impedir que les tomen la cabellera con unas pensiones birriosas, que a duras penas alcanzan a una manutención adecuada. Nuestro campeón de la dialéctica, llamado Mariano ya se ha hecho cargo diciendo algo así como que cuando no se puede posiblemente sea imposible poder. Total: agua y ajo.

Ayer visitaba yo a una querida amiga, que cobra una pensión de viudedad de seiscientos euros y pico, con los que da de comer a su hija, que anda mal de cuartos, al marido de ésta, que no puede trabajar y a su niño, un zangolotino de muy buen apetito. Claro que tiene casa propia, en lugar de haber invertido en activos financieros, como propuso un perfecto imbécil, o cínico, si se prefiere, que lo más que podría gestionar es un banco en el Parque de La Soledad. Pues ahí lo tienes pilotando el Banco de España, con un par. Mi amiga, llamémosle Antonia, por ejemplo, debió de pensar que los activos ésos no abrigaban lo suficiente y que mejor un techo para que vivieran ella, su difunto y su pila de niños. Es que no saben. Hablamos un rato de cocina, arte en el que es maestra consumada, porque aprendió de pequeña con su madre, quien le enseñó a hacer unos potajes que se salen del mundo. Aquella señora logró que las papas sin carne olieran a papas con carne.

De ahí pasamos a comentar la situación de su hermana octogenaria, generosamente pensionada con unos cuatrocientos euros, sustanciosa paga que le impide encender un calefactor, pese a las tremendas humedades que estamos disfrutando en Chiclana esta temporada.

También hablamos en otra ocasión de una parienta a quien su hijo convenció para que invirtiera unas pesetillas penosamente ahorradas en un activo venenoso de ésos, no sé si Forum, Sofico, o yo qué sé, con el resultado de todos conocido. Cierto que el buen éxito logrado por las preferentes cualquiera se anima a meter pasta en operaciones financieras de alta rentabilidad. Si, encima, no tienes un céntimo, porque bastante haces con comprar el pan, pues a otra cosa, mariposa.

El retornado no tendría que piarlas demasiado, puesto que pertenece al 11 % de los jubilados que cobran la pensión máxima, tras haber cotizado como profesor cuarenta años de su vida. Pero ése no es el asunto, puesto que a algunos aún nos queda algo de los conceptos obsoletos de solidaridad y conciencia de clase. Lo que sucede es que cada vez se confunde más la equidad con la beneficencia y hay quienes abundan en lagrimeos de cocodrilo a favor de "los menos favorecidos" e insultos afines.

Esos mismos conceptos de solidaridad y conciencia de clase habrían de complementarse con cierta visión de futuro. No entiendo cómo los jóvenes y las personas de mediana edad no salen en tromba detrás de los jubilados por la cuenta que les trae. Las políticas neoliberales, y no otra cosa, son las que están impidiendo el mantenimiento del llamado "estado de bienestar", noción acuñada por la socialdemocracia, si no recuerdo mal, que ahora no se les cae de la boca a los miembros de esa derecha casposa, representada por el PP, ni a los de la derecha "light" del angelical Albert Ribera, los emergentes "Ciudadanos".

La desigualdad es el sello de la España de nuestro tiempo y ha ido profundizándose con el desarme de la clase trabajadora por medio de consecutivas reformas laborales. Y, como la cuerda suele romperse por lo más débil, esa desigualdad ha afectado precisamente a los pensionistas y a las mujeres, que ahora parecen haberse puesto también en pie de guerra, lo que resulta alentador, pero tal vez insuficiente.

Cuando escribo estas líneas, que, por cierto, me están saliendo algo cabreadas, hay una huelga de mujeres, pero no sé yo quiénes podrán sumarse a ella, dado que las trabajadoras, por ejemplo, de las grandes superficies comerciales y de la hostelería padecen situaciones contractuales francamente leoninas, y se juegan el puchero a poco que rechisten. Suerte, de todos modos.

Ahora, a esperar en qué términos se concreta la nueva bufonada fiscal que parece estar cocinando el desagradable señor Montoro.

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