La rutina de las informaciones urbanísticas, los rifirrafes políticos y la crónica social, rota por dos sucesos. En una triste coincidencia temporal, una violación y un doble apuñalamiento copan los titulares, los comentarios y las conversaciones. De repente, El Puerto se hace pequeño. Quien más, quien menos conocía a la víctima, al agresor, tenía referencia de la familia, se los cruzaba en la calle. La cercanía (aunque solo fuera pretendida) y la gravedad de los hechos nos convierten en analistas de actualidad. Con unos cuantos datos y el aderezo de lo que nos cuentan, nos dicen y adivinamos, sacamos conclusiones.

Algunas son teorías prudentes, asombro más que otra cosa. Otras versiones oídas y leídas estos días son, cuanto menos, prejuiciosas.

En estas teorías -y hablo solo de las que me han llegado, seguro que hay otras circulando, aunque me temo que la mayoría con el mismo sesgo-, se llega a poner en duda que se pueda hablar de violación cuando la agredida ejerce la prostitución. No digo que me haya sorprendido. Si la credibilidad de tantas mujeres se cuestiona en casos flagrantes de agresión sexual, qué no iba a pasar cuando hay tantos que creen que quien cobra pierde el derecho a negarse.

En estas teorías, el agresor no tenía procedencia italiana, porque debe encajarnos menos (para nosotros, si hay un italiano delincuente, debe ser mafioso, no violador). Muchos ciudadanos rumanos que viven en El Puerto -no "los rumanos" en abstracto; personas con rostro, con nombre, con historia- fueron puestos bajo sospecha, no por la investigación policial, sino por el juicio popular.

En estas teorías, el doble apuñalamiento carecía de toda lógica, porque el presunto agresor, al parecer, frecuenta la iglesia y tiene una extensa familia. Como si a estas alturas no supiéramos ya que cumplir la ley, o vivir éticamente, o simplemente comportarse con educación, poco tiene que ver con la religión.

Qué de falsos mitos por sacudirnos.

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