Fútbol El Cádiz CF, muy atento a una posible permanencia administrativa

En mi ínsula barataria pasan cosas muy raras. Cosas a contra estilo, realmente raras, más que un contratiempo sin tiempo. Por ejemplo, los homenajes, lápidas, eventos e inventos se lo hacen a los muertos. Nunca la fecha de nacimiento. Sí, la del patio de las malvas. Es una incineración de los recuerdos, porque pasado el acto, a la gente insularia le da igual ocho que pinocho, y pasa de evocar tonterías a la violeta y comer gambas y sardinas en feria y fiestas de guardar. Y, otro caso, sangrante, insulariamente de la Isla, es que siendo una porción de tierra rodeada de agua, no se pueda pescar, aislada en un parque natural que lo prohíbe, y con la gente mayor olvidada, no como en Chiclana que tienen dos asociaciones de pesca en Sancti Petri, y aquí el olvido insulario sin solución. Todo ya es histórico.

El Real Carenero se construye cuando Cervantes tiene quince años de edad. Él tendrá la recaudación de fondos para la Armada Invencible y se le notará la existencia real en las almadrabas. Cervantes en "La Ilustre Fregona" se refiere a la almadraba de Zahara como "El Finibusterre de la picaresca", de manera que no se podía considerar pícaro al que no hubiera hecho dos cursos en la academia de la pesca de Zahara de los Atunes. Y ahora, en Villamartín, según documentos hallados por el Archivero, Cabello Núñez, sobre su actividad recaudatoria en el antiguo reino de Sevilla y, por primera vez, lo ubican de manera oficial en las localidades de Osuna, Morón (Sevilla) y Villamartín (Cádiz). El primero de los documentos hallados ahora, es la orden de pago firmada el día 9 de noviembre de 1593 por Cristóbal de Barros, proveedor general de la Flota de Indias, dirigida al pagador Francisco de Agüero, para que éste entregara al comisario Miguel de Cervantes la cantidad de 19.200 maravedís.

Se deduce que el Real Carenero no le caía tan a contramano, con sus mínimos caseríos y la Puente, sus huertas, salinas, cotos de caza…Hay quien afirma que en 1679, sesenta y tres años tras la muerte de Cervantes, la ínsula no tenía más de trescientos habitantes. Con el peligro de las razias que padecían sus moradores.

En la ínsula, cuando en mil quinientos noventa y seis, el duque de Medina va a pacificar la costa asediada por segunda vez, por Drake, Cervantes demostrará su talante más irónico con el castillo y su puente. No me resisto a su ingenio. Vimos en julio otra Semana Santa /atestada de ciertas cofradías, /que los soldados llaman compañías, /de quien el vulgo, no el inglés, se espanta. /Hubo de plumas muchedumbre tanta, /que en menos de catorce o quince días /volaron sus pigmeos y Golías, /y cayó su edificio por la planta. /Bramó el becerro, y púsoles en sarta; / tronó la tierra, escureciose el cielo, amenazando una total ruina; /y al cabo, en Cádiz, con mesura harta, /ido ya el conde sin ningún recelo, /triunfante entró el gran duque de Medina.

A Cervantes, en la ínsula se le rinde homenaje por el día del Libro, que, cómo no, es la fecha de la muerte del autor, y nunca la del nacimiento. Y, servidor de ustedes, harto de las vacuidades y vanidades políticas y cuasi necrofílicas en todos los homenajes, me va mejor para el ánimo, preparar estudios serios: Las gambas con muleta y chaquetilla de rosa y organdí, o el Estudio geobotánico del Cantar de los Cantares en el pueblo de Israel, o la Relación de la filosofía con los abonos de jardín, o La visión monocular de la ameba retinta sobre los protozoos humanos. Surrealismo insulario puro.

Que a lo peor ya soy finibusterre y no me he dado cuenta

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