No sé cómo de extendida está la tendencia a asociar una imagen mental con una palabra, pero a mí me ocurre que hay vocablos que saboreo y pronuncio con gusto por asociarlos con un color o una impresión agradable. No llega al nivel de las personas sinestésicas, aquellas que experimentan sensaciones de una modalidad sensorial particular a partir de estímulos de otra modalidad distinta y ven un color cuando escuchan una nota musical o perciben tacto en su mejilla cuando saborean un alimento, por ejemplo. Se dice que Nabokov, Rimsky-Korsakov y Baudelaire lo eran.

Pero, sin ser sinestésica, me pasa que hay palabras como “burbuja” que me gustan por cómo se escriben, cómo suenan y cómo, al oírlas o escribirlas, percibo una imagen que no es objetiva del todo. Para mí “burbuja” es más una pompa de jabón de brillo iridiscente, como las que encandilan a cualquier niño pequeño, que un globo de aire dentro de un líquido. Pero rectifico, me pasaba hasta ahora. Últimamente la palabra se está desgastando por el uso demasiado frecuente de la expresión “burbuja social”, esas personas que llevan una convivencia estable, que comparten espacio y actividad para disminuir los riesgos de trasmisión del virus. Se evita el contagio, sí, pero las burbujas también nos aíslan socialmente en unos momentos en los que las redes sociales y el actual estilo de vida ya nos había encerrado en cápsulas incomunicadas.

¿Han probado a definir la suya? ¿Qué la condiciona? Por supuesto el sexo, la edad, el trabajo, la raza, la religión, la política o la clase social tienen mucho peso, pero qué más. Prueben a nombrar sus intereses fuera de su burbuja y prueben a hacerlo, además, con gente más joven. Comprobarán que sus referentes musicales, televisivos o literarios resultan absolutamente desconocidos fuera de ella. Incluso las preocupaciones, los temas de conversación, la gente a la que admiran o aborrecen desaparecen cuando se cambia de grupo. Hay quien lo llama zona de confort, sin embargo me empieza a parecer una zona de aislamiento.

Moverse siempre en terreno conocido acaba con la curiosidad. Pinchar las pompas o las burbujas asusta, pero amplía el horizonte y la llegada de nuevos estímulos.

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