Estos últimos días, a cuenta del cambio de presidencia al frente de la Autoridad Portuaria de la Bahía de Cádiz, ha vuelto a primera línea de la actualidad el Vapor Adriano III. Han pasado ya casi ocho años desde el fatídico hundimiento de la emblemática nave frente al muelle de Cádiz y visto lo que ha sucedido desde entonces, yo diría que ya es hora de pasar página.

Tras los primeros golpes de pecho y planes infalibles para rescatar la motonave, lo cierto es que el paso del tiempo ha terminado por dejar claro que una reparación del barco es ya del todo imposible. Sin motor, con la madera absolutamente podrida y un aspecto cada día más desolador, me resulta del todo increíble ver cómo nadie hace nada para evitar esa lamentable imagen a todo el que pasa por el antiguo varadero, tanto desde el río como desde la avenida de la Bajamar.

Yo no nací en El Puerto pero me siento tan portuense como la que más. No en vano soy portuense por decisión propia, porque he elegido vivir aquí y aquí he vivido algunos de los acontecimientos más importantes de mi existencia.

A mí, como portuense, me duele en el alma ver el estado de ese barco con su dignidad cada día más arrastrada por los suelos. Es una triste metáfora del deterioro que sufre la ciudad y desde luego no es el aliciente ideal para que El Puerto recupere su orgullo perdido.

Yo no sé de quién es la culpa de que el célebre Vapor lleve años exhibiendo su cadáver a propios y extraños. No sé si es culpa del armador, que no ha cumplido con su objetivo de restaurarlo y volver a ponerlo en marcha; no sé si es culpa de las instituciones públicas, que no han facilitado tampoco la tarea, quizás por los excesivos condicionantes derivados de la declaración del barco como Bien de Interés Cultural. Lo único que sé es que si de mi dependiera, ese barco no estaría hoy en ese estado y a la vista de todos junto al río Guadalete.

Debemos asumir de una vez por todas que el Vapor no tiene reparación posible, que hoy por hoy la misión que tuvo antaño como medio de transporte entre El Puerto y Cádiz está más que cubierta con los catamaranes, y que si por romanticismo se quiere construir un cuarto Adriano, deberá hacerse desde la iniciativa privada. Seguir mareando la perdiz es perder el tiempo y el del Adriano III, por desgracia, se ha terminado.

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