El Puerto está enfermo de autoestima, y no precisamente por exceso; sino por todo lo contrario. Ya nos hemos acostumbrado a convivir con un derrotismo que nos empuja a ir cabizbajos y que acorta nuestras miras. Eso de que no sabemos vendernos está claro. Cualquier otra ciudad que atesore tan sólo la mitad del encanto que aquí tenemos lo cuidaría y explotaría muchísimo más. Sin embargo, desde hace tiempo, a este grave problema se le une otro mucho peor cuando los portuenses no conocen ni la historia ni los personajes de su propia ciudad.

Con Rafael Alberti y Pedro Muñoz Seca podemos estar tranquilos. De esos dos sí que presumimos por que los conocemos bien gracias a la labor que durante años se realizó entre los escolares, por parte de ambas fundaciones- ¡ay las fundaciones!-, con las visitas teatralizadas donde repartían bigotes postizos similares al particular mostacho del dramaturgo portuense (Sí, sí. Yo fui de esa generación). No obstante, ¿qué pasa con el resto? En mi caso, con algo más de un cuarto de siglo cumplido, aún sigo descubriendo grandes figuras portuenses. Primero me pregunto por qué diablos nadie me lo había dicho antes. Luego me enfado, porque muchas veces son personas de fuera las que me lo cuentan y luego, por último, vuelvo a cuestionarme por qué nadie hace nada.

¿Cómo ha estado tanto tiempo abandonada la figura del ilustrador Eulogio Varela? ¿Cómo es que aquí no existe ni un pequeño rinconcito -independiente de la empresa- dedicado a Manolo Prieto, el creador del Toro de Osborne? En el siglo XIX Washington Irving, autor de Los Cuentos de la Alhambra, durmió en la calle Palacios (una placa en el número 57 da fe de ello) y Colón hizo lo mismo ,cuatro siglos antes, en el Castillo de San Marcos, donde también estuvo Juan de la Cosa mientras acababa, unos años más tarde, el primer mapamundi. ¡Incluso Felipe V, tras la Guerra de Sucesión, durmió en la Casa de las Cadenas ! La lista de nombres latentes que esperan a ser recuperados es larga: el pintor Juan Lara, el poeta Poullet , el Almirante Blas de Lezo...Y ya paro porque me quedo sin columna. Dicen que nadie es profeta en su tierra, pero esto va más allá. Se trata de una cuestión de puro orgullo y que sólo tiene una solución que pasa por levantar cabeza y sacar pecho. Mucho, mucho pecho.

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