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Análisis

Paco Carrillo

Comentar, opinar, juzgar

Siempre han sobrado torquemadas propensos a los juicios sumarísimos para los de enfrente

Por favor, no intente practicar ninguna de estas tres actividades, ni siquiera con ánimo conciliador, porque siempre habrá pinchapedos que lo interpretarán como crítica adversa a sus intereses. Piense primero que la libertad de expresión no consiste en opinar abiertamente sobre lo divino y lo humano, sino en quitarle el bozal a los huérfanos de argumentos que se defienden atacando a quienes piensen lo contrario.

Ya no se trata de enfrentamientos ideológicos, que siempre ha sido el andamiaje para sostener el tinglado de los intereses individuales. Lo dijo hace años un tal Ortega y Gasset, ¿conoce?: "Ser de izquierdas, como ser de derechas, es una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas son formas de la hemiplejía moral". Y le recuerdo que la hemiplejía es un trastorno del cuerpo del paciente en el que la mitad lateral de su cuerpo está paralizada; es decir, que carece de equilibrio mental, intelectual, físico, emocional, etc.

Si se repasa sin histerismos la Historia en general y la de España en particular, se llega a la conclusión de que siempre han sobrado torquemadas propensos a los juicios sumarísimos para los de enfrente. Desde que me enteré de que el Apóstol Santiago no pisó el suelo ibérico; que la batalla de Covadonga fue una leyenda inventada siglo y medio después de su supuesto desarrollo; que el jefe apache Gerónimo no fue el héroe fabricado por Hollywood sino un ser despreciable, cuya violencia y alcoholismo hartaron incluso a los suyos y, en fin, para no cansar, que no todos los Papas elevados a los altares lo fueron por su santidad sino por sus poderes terrenales y a pesar de ser unos depravados reconocidos por sus coetáneos, como comprenderá es duro de creer que en la casta suprema que nos gobierna no hayan existido ni existan miserables dispuestos a todo con la complicidad de los que -en principio, no siéndolos-, callan como putos o putas con tal de conseguir su sueldecito y su porqué. Vea si no lo que viene ocurriendo en todas las elecciones y, sobre todo, en los pueblos y ciudades de medio pelaje, donde nos conocemos todos, caben pocos engaños y, muy a nuestro pesar, siguen ejerciendo de tribunales del santo oficio para descalificar a los que se atreven a señalarlos con el dedo.

Señalar que la abundancia de torquemadas se debe a que los tronchos han alcanzado los poderes no por sus talentos, sino por su desprecio a los derechos de los demás que, con sus silencios, amparan sus incapacidades, no solo significa el principal freno a todo progreso, sino que conduce a la indiferencia general que se traduce en que todo importe un carajo.

En ese rito estamos, rito unas veces ridículo y otras patético que deja en evidencia que estamos a merced de unos cuantos (y unas cuantas) a los que desde los medios de comunicación y sus intermediarios pagados, opinen, comenten y juzguen a favor de los que reparten subvenciones.

Y chitón: los cartuchos a la escopeta.

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