Memoria histórica

tendamos los recuerdos como sábanas blancas en los tendederos de las azoteas, que el sol actúe como suele, este sol que cada día se retira más tarde y nos hace más cálidos y optimistas

Cualquier tiempo pasado fue… peor. Los años han enseñado esto y lo contrario. O sea, que cualquier tiempo pasado fue mejor. Está llena de suspiros la mirada retrospectiva. Desde luego éramos más… jóvenes. Todos. Los hijos, los padres, los abuelos. Nosotros permanecemos quietos, detenidos. No habíamos terminado de descubrir el mundo. Pues bien, desde esta mirada acabábamos de sortear la semana más triste del año. Porque se venía de un alumbrado por supuesto más modesto que el actual (sin hablar de Málaga y de Vigo, claro, ciudades impensables) y de los escaparates con luces, colorines, regalos. Y mucha gente presurosa por la calle, gente que hacía su trabajo, el milagro anual de lograr un regalo de Reyes para cada, en la España autárquica, la España en donde durante 15 años (recuerdo haberle oído decir a mi padre) los empleados y funcionarios públicos todos ganaron lo mismo… Quince años quince. Es que había habido una guerra que era necesario pagar. Las deudas vencen, parece innecesario explicarlo. Y las deudas de guerra, que se llevaron todo el oro del Banco de España a Moscú, que llamaron el oro de Moscú, algo que cuesta creer pero que fue como todo, un verdadero desastre. Sí, una semana para acostarse con las primeras sombras. Sobre todo si llovía -que llovía a mares- y hacía frío, que ya lo creo que hacía frío. Y esto sin tener, no haberla adquirido aún, las distancias entre la España fría y la España cálida, el no saber cómo se puede uno defender del frío de los páramos, las nieves de las cumbres, los puertos cerrados, las lluvias que reventaban los ríos y llenaban los pantanos que se acaban de hacer e inauguraba Francisco Franco, también conocido como el Caudillo. Poca potencia de luz en las bombillas, el calor surgía de dentro de una mesa de camilla, del carbón que ardía en una copa, el nuestro era de Antonio el Carbonero, que estaba en una esquina de la plaza de la Pastora. Si miro esa semana rechazable, la semana que empezaba el día 7, que nos devolvía a los colegios, aquellos colegios, y nos recogía en nuestras casas porque las calles eran oscuras y pedregosas, habría que traducir sus días con alguna memoria histórica para entender algo. Lo mismo ahora hay vecinos como nosotros éramos, seres perplejos, asaltados por todas las dudas, detenidos por todos los miedos. Padre, responde a las preguntas que nunca te hice, madre no hace falta que me digas de Sor Felicidad, todo es pasado ya si bien miramos, tendamos los recuerdos como sábanas blancas en los tendederos de las azoteas, que el sol actúe como suele, este sol que cada día se retira más tarde y nos hace más cálidos y optimistas. Quedará nada más que el amor.

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