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Marco Layera | Dramaturgo y director de La Re-Sentida

“Nuestra propuesta es una experiencia teatral potente que no deja indiferente”

  • La compañía chilena regresa por cuarta vez a Cádiz para cerrar el FIT con la obra ‘Oasis de impunidad’, una escenificación de la violencia estatal contra los derechos humanos

Una escena de la obra ‘Oasis de impunidad’, de La Re-Sentida, que esta noche se presenta en el Teatro Falla.

Una escena de la obra ‘Oasis de impunidad’, de La Re-Sentida, que esta noche se presenta en el Teatro Falla. / Gianmarco Bresadola

La compañía chilena La-Resentida regresa esta noche al Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz (FIT). Lo hace por cuarta vez, desde que fuera creada en 2008, y lo hace además para clausurar el festival gaditano desde las tablas del Gran Teatro Falla (20.30 horas). “Siempre estamos muy contentos de venir a Cádiz, que debe ser una de mis ciudades preferidas del mundo. Nos sentimos muy identificados con Andalucía en general”, cuenta el director de la compañía, Marco Layera, en el inicio de una conversación en la que explica que Oasis de impunidad, la obra que traen al FIT, es una reflexión escénica con escaso texto sobre la violencia estatal que toma como punto de partida las revueltas sociales surgidas en Chile en octubre de 2019.

–Impunidad, que está en el título de la obra, parece una palabra muy rotunda. ¿Por qué este título y cuál es el motivo de la obra?

–Creo que el título de la obra resume un estado histórico de la construcción de nuestro país, que es un oasis de impunidad. Viene históricamente, pero se encarna en nosotros porque en la dictadura militar no se haya hecho justicia, o haya habido muy poca justicia o muy poca verdad. Es como si Chile fuera un país del viejo oeste donde se diera libertad de hacer lo que se quiera, donde nadie es responsable de nada, donde cuesta mucho encontrar la palabra justicia, la palabra igualdad. Aunque de una u otra manera se podría hacer extenso a toda América Latina.

Esto sale a la luz también luego de la revuelta popular de octubre de 2019, en donde nuevamente hubo una represión brutal, donde las fuerzas de seguridad del Estado violentaron, reprimieron y violaron los derechos humanos de miles de personas. Y donde todavía no hay ninguna persona presa, no se hace justicia. Creemos que ofrecemos un espacio de resistencia de la memoria para recordar que así no podemos vivir, que no vamos a lograr la paz.

–¿Cómo se lleva todo ese espíritu, toda esa carga, a escena?

–Nosotros nos basamos en la violación de los derechos humanos del 18 de octubre de 2019. Hicimos una convocatoria con 300 jóvenes, una audición donde el 90% de ellos había sido víctima del abuso policial, en una generación que ve deslegitimada a las instituciones policiales; hay que tener en cuenta que las fuerzas de seguridad tienen un legado y cargan con una mochila que viene de la dictadura, son instituciones que no han sido reformadas y que ven al ciudadano como su enemigo. Y con estos jóvenes queríamos ocupar el capital simbólico de la calle, porque no quería invitar al público a que viera en un teatro lo que pasa en la calle, eso era poco ético y estéticamente tampoco me parecía interesante. Nosotros estamos absolutamente comprometidos con la realidad, pero no le debemos nada. Lo que quisimos hacer es abstraer lo que pasaba en la calle y hacer una reflexión coreográfica en torno a la naturaleza de la violencia estatal y su dialéctica con los ciudadanos. Es una obra muy distinta a las anteriores, porque en general para nosotros la palabra, el texto, es el elemento jerárquico bajo el cual se ordenan los demás elementos escénicos.

–En este caso parece que manda el cuerpo.

–Aquí es el cuerpo. Si te fijas, en toda la estrategia biopolítica el centro es el cuerpo. En la cultura del miedo en la que vivimos es la única estrategia que tiene el Estado para controlar, para castigar...; todas las políticas se centran en el cuerpo. Después de todo lo que pasó, del estallido social y de la pandemia, necesitábamos un desafío, no podíamos hacer el teatro que veníamos haciendo, no podíamos seguir replicando recetas.

–¿Hay en ese sentido un giro en la compañía?

–Sí, porque parte de una investigación corporal, de cómo el teatro podía recuperar la fuerza performática y catártica que tuvo la calle, que en el año 2019 tuvo una expresión hermosa, muy fuerte. Por eso, nuestra propuesta es una experiencia teatral muy potente que no deja indiferente y que ocupa recursos teatrales muy atávicos.

–¿Dejar la palabra atrás le ha costado mucho a La-Resentida?

–No, no, no. A pesar de que el texto siempre ha sido la parte central de nuestra puesta en escena, también hemos trabajado siempre con el cuerpo. Todo lo contrario, era un desafío que hicimos muy gozosamente y creo que llegamos a buen puerto en nuestra investigación.

–Esta obra se ha llevado a Alemania. Ese segundo plano al que pasa el texto, ¿puede facilitar su comprensión de la puesta en escena en determinados países?

–Sí. Mira, la experiencia cuando uno ve una obra teatral en otro idioma es bastante compleja porque tienes que estar pendiente de los subtítulos. Se logra una experiencia más total porque, más allá del idioma, la palabra desvela una forma de pensar, la palabra es muy determinante, te castra, es muy unívoca. Al no ocupar la palabra, a nosotros nos da mucha más libertad de interpretación para quien lo ve. En ese sentido, es un trabajo mucho más universal.

–Llama la atención en la página web de La Re-Sentida que cuando se presentan a los miembros de la compañía, lo que aparece es la foto de cada uno de ellos cuando eran muy niños. ¿Qué se pretende con este juego? ¿Cuál es su significado?

–Bueno (ríe), hace mucho tiempo que no le damos una manita a la web. Le damos un poco de lado porque parece que las redes sociales van ocupando su sitio... Efectivamente, esas son las fotos de cada uno de los integrantes de la compañía. Esas fotos de niños son de cuando nosotros, de una u otra manera, estábamos disfrazados. El juego es hacer esa memoria de quiénes éramos, que desde muy chicos ya teníamos roles, estábamos interpretando.

–Como la vida misma.

–Como la vida misma, efectivamente, esa era la idea.

–¿Cómo ha sido la evolución de la compañía desde el año 2008 fundacional hasta ahora?

–Creo que somos unos privilegiados, partimos muy jóvenes y con nuestro primer trabajo tuvimos la oportunidad de salir al extranjero, de poder internacionalizar nuestra carrera. Y eso es lo que nos mantiene, lo que nos permite podernos dedicar medianamente a esto; si no, sería imposible. Han sido 15 años de trabajo, de hacerse preguntas, de ir defendiendo que el teatro es un ejercicio colectivo, de que también es un acto de amor, un espacio de resistencia, de libertad, donde tenemos una comunidad ideológica con la que vivimos y compartimos. Hemos ido haciendo distintas búsquedas, los procesos ya son distintos cuando se empiezan a formar familias, y hay algunos que dan un paso al costado y llega gente nueva. Es una compañía muy viva.

–Su punto de partida parece que no engaña a nadie; en vuestra presentación se dice: “Desfachatez, desacralización de los tabúes y una reflexión desde la provocación”. No hay medias tintas en el planteamiento.

–Esos son nuestros fundamentos desde que creamos la compañía. Se mantiene el espíritu. Lo que sí hacemos en cada trabajo es la búsqueda de nuevos lenguajes técnicos. El espíritu se mantiene, pero siempre renovando el lenguaje estético.

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