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maría jesús ruiz. profesora de literatura

"Somos hijos tanto de la tradición escrita como de la oral"

  • 'El mundo sin libros' recoge la devoción de la autora por la cultura popular y el patrimonio inmaterial

La profesora y escritora María Jesús Ruiz.

La profesora y escritora María Jesús Ruiz. / j.p.

Aunque recoge muchas de las colaboraciones aparecidas durante dos años en la revista digital CAOCultura, los textos que reúne El mundo sin libros no son una mera compilación, sino el resultado de los treinta años de trabajo que María Jesús Ruiz (Jerez, 1962) ha dedicado a investigar la cultura popular desde una perspectiva académica: "Una cuestión muy de moda y muy resbaladiza -como ella misma apunta en el epílogo del libro-, y también añadiendo la intención divulgativa y la impronta personal, que es algo que lo universitario desgaja de los objetos de estudio".

El mundo sin librosdesglosa esa otra cultura que nos hace tanto o más que la oficialista, que nos nutre y conforma, casi de forma inconsciente, "al menos en un cincuenta por ciento": "Somos hijos de ambas -explica Ruiz-, de la cultura escrita y de la oral. Pero la sublimación estética y moral de la cultura escrita ha hecho que la cultura oral y de los márgenes pasara a ser considerada algo menor: subcultura, infracultura, todos esos adjetivos... De hecho, cuando hablamos de historia con mayúscula, hablamos a partir de documentos escritos. A la intrahistoria, las costumbres, ritos y prácticas, les quitamos las mayúsculas, pero son imprescindibles para entender el conjunto al completo. Y hemos olvidado que la cultura de autor se ha nutrido constantemente de la cultura oral: muchos de aquellos a quienes más veneramos (Lorca, Falla, Antonio Machado...) han bebido de ella implícita o explícitamente, como tantas veces reconocían".

La totalidad de nuestros mitos y creencias procede, primero, de lo contado al aire, mucho antes de encarnarse por escrito, "y es oral, también, nuestra memoria cultural básica y colectiva".

Y luego hay manifestaciones pretendidamente populares, como los trajes típicos o las zambombas, que no lo son: que, o bien nunca lo fueron, o que dejaron de serlo a fuerza de perversión. "Hay un título que lo resume muy bien, Historia trágica del tipismo. A partir del XIX, la cultura popular empieza a estar de moda: los románticos vuelven su mirada hacia ella porque les resulta exótica, primitiva... A partir de ahí, la cultura popular comienza a hacerse un constructo, un invento. Se construye un arquetipo de cultura popular que devendrá en lo típico. En España, para colmo -continúa-, pasó por manos del franquismo. En todos los regímenes totalitarios, lo popular se ha manipulado en una asunción de ser lo auténtico, de representar al pueblo o la esencia de las naciones. Llega a convertirse en herramienta política, y no ha dejado de ser así durante la democracia, porque tenemos una clase política bastante analfabeta e inculta, así que han seguido la inercia, aprovechando los réditos de la supuesta cultura popular. Hay muchos que se otorgan el título de guardianes de la tradición, folcloristas, flamencólogos... cuando lo que hacen es fosilizar la tradición, instrumentalizarla y deformarla. En Jerez, por ejemplo, ha ocurrido con las zambombas, totalmente adulteradas, pero ocurre en muchas manifestaciones y en muchos lugares".

Dentro de esa amalgama de conocimientos, conscientes e inconscientes, que se nos van haciendo alrededor, están los arquetipos. Y, dentro de ellos, el amplio espacio que ocupan los arquetipos femeninos: "Santas o salvajes -cuenta María Jesús Ruiz-, ignoro cuál de los dos nos ha hecho más daño".

"Los mitos forman una parte muy enraizada de la memoria cultural, los tenemos en las entrañas", se explica la profesora, que profundizó en este tema durante un estudio sobre violencia de género y cultura popular: "De hecho, tanto la Ley de Violencia de Género como otras leyes utópicas parecen saltarse esta evidencia de la fuerza de los códigos a nivel antropológico: me ha insultado, he sido buena, he sido mala -desarrolla-. Todo eso no se deshace en un año, ni en cuarenta, ni en cincuenta: no veremos una verdadera desintegración del sistema de violencia de género porque funciona sobre un sistema familiar que lucha por no desintegrarse. En principio, nos han convencido de que somos iguales, pero nuestro comportamiento no responde a eso" .

El mundo sin libros está lleno de reflexiones jugosas. Por ejemplo: "Los ecos de la Sección Femenina alimentan las entrañas de cierto feminismo honrado": "La Sección Femenina fue algo que viví muy de cerca a través de mi madre. Como sabemos, fue creada por José Antonio Primo de Rivera y perpetuada por la fanática de su hermana, pero tenía un feminismo muy interesante. También incluía ideas como la defensa de la soltería, a lo monja alférez, que yo creo que no anda lejos de esa idea del feminismo actual que intenta convencernos de que somos autónomas, que no necesitamos del amor, y yo creo que eso es también una trampa. Esa partida la ha perdido el feminismo, de momento".

Una gran protagonista de El mundo sin libros es la España perdida, el país que pudo haber sido. Desde la Institución Libre de Enseñanza hasta "que prosperaran mitos como Carmen frente a la reivindicativa Amparo, de Pardo Bazán. Es todo aquello que silenció el franquismo y que la democracia no ha sido capaz de destapar".

Todos los casos que aquí aparecen están relacionados con estudios sobre el exilio que Ruiz comenzó hace unos quine años, cuando empezó a acercarse a la literatura infantil con figuras como Ana Pelegrín. "A partir de ahí, tuve sentimiento y conocimiento de lo que fue realmente el franquismo, a pesar de haberlo vivido en parte. Mi madre sí que fue una niña de la guerra, y eso fue muy importante para mi propia memoria y como informante -comenta-. Realmente, había recibido por narración familiar toda esa miseria y ese crimen de la guerra y la dictadura pero sólo fui consciente de su dimensión al estudiar, primero, la tradición oral y luego, definitivamente, el exilio. Así que la España que no pudo ser no es un tema sólo de investigación, sino que afecta, duele, apasiona e interesa". Y de aquellos lodos, estos barros, ya que hoy en día "se sigue exiliando al que piensa, al que no dice amén: a América, a Europa o al exilio interior. Aquí, además, renunciamos muy pronto a la voz propia -continúa-. Eso es síntoma de un país inculto, que no está acostumbrado a pensar o a opinar con fundamento: no a opinar a gritos por la calle, sino a sentirse individuos, ciudadanos".

Los buenos hábitos de tertulia y debate que existieron en el XIX se los llevaron, también, los malos tiempos, "aunque las primeras décadas del siglo XX fueron verdaderamente esperanzadoras". Para María Jesús Ruiz, lo que siguió fue "un memoricidio muy inteligente, que tuvo como pivote el exterminio absoluto (la depuración) de todos los maestros y el sistema educativo".

"Lo que hay ahora es ruido. Eso de que estamos ante la generación más preparada es mentira: y te lo digo como profesora y como madre. En los últimos veinte años, la capacidad de conocimiento ha disminuido notabilísimamente -indica-. Actuamos con consignas, con recetas, todo muy de urgencia. No interesa que seamos libres, les sale muy bien".

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