FIT de Cádiz | Crítica teatral

La gran noche de tus ojos

Una escena de la obra ‘Margem’.

Una escena de la obra ‘Margem’. / Jesús Marín

Situar para deconstruir. Trazar una línea que describe la distancia entre el centro y la periferia de la sociedad construida de imágenes-cliché que, paradójicamente, las descarta en el margen. El director y coreógrafo Victor Hugo Pontes muestra en Margem una compresión íntima entre los que sienten su marginalidad de derecho y que no han asumido su inversión como lo no-centro. Se revuelve desde lo no visible que subsiste subrepticio ‘bajo los puentes’.

Los niños en el margen son niños-objeto privados de centro propio. Por ello, desde su estatuto originario de estar fuera de la mirada normativa, van a crear una articulación postestructural desde el arte para acabar con lo hegemónico: ante la inmovilidad que esto representa, se moverán a la frontal deslizando el foco. Alexandre Tavares, David S. Costa, Inês Azedo, Ivo Santos, João Nunes Monteiro, José Santos, Magnum Soares, Marco Olival, Marco Tavares, Rafael Belinha, Sebastião Quintela y Tiago Ferreira son las figuras que pese a tener un nombre propio, no designan a Nadie, sino que hablan de Alguien. La calidez y juego de danza y palabra en la horizontal es conseguida por la alternancia de encuadres iluminados diseñados por Wilma Moutinho.

La gramática del espacio teatral nos conduce a una torsión sobre sí misma. El espacio sonoro dirigido por Marco Castro e Igor Domingues participa en la metateatralidad que florece de los espasmos de cuerpos que no pueden permitirse seguir en sus camas, en sus ‘sintagmas’, en sus márgenes. Se interpretan, se apelan desde un discurso periférico, distanciado de su hilo conductor. Pero la atracción entre las vidas vividas dos veces hace resonar las series de camas en disposiciones cada vez más dinámicas. La expresividad del discurso recae en que se (nos) hacen preguntas que implican al alma. Que apelan a ella. Que la instan a mirarse desde lejos: desde el margen hacia su centro que es el cuerpo. Y es que las voces no dan significados, los sostienen entre cada gesto bailado para ser entendido. Son figuras del plano-secuencia alternado por un objetivo obsesionado por encuadrar la problemática social desde el primer plano, y por tanto, no responden a la cuestión con palabras, sino con silencios cargados de sentido. Se desbordan a cada testimonio. Las camas se apilan ellas en otras, unas con otras y sobre otras. Las voces, por su parte y en relación significante con esos objetos, se imbrican con la narrativa de Capitanes de la arena (Jorge Amado, 1937). No se parecen a un conjunto de camas, sino que son una extensión de estas; una figura de transmutación, es decir, una metonimia en la que son la parte por el todo. Son camas individuales y distintas, voces individuales y heterogéneas, que hablan en nombre de la multiplicidad diversa de representan; de la abstracción (el todo, multiplicidad que no se descompone, que es entera) que cada situación concreta los aísla en su trapiche compartido.

Margem es realidad vista y pensada, es lenguaje artístico y cotidiano; es estructura gramatical de la realidad de primera voz sobre el escenario. Su realización orgánica y pulsátil sobre este espacio abierto insiste en la naturaleza metonímica que liga la obra de arte y la vida, nimbadas por un margen que es visto como operador de cambio de pensamiento.

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