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Arte

Los cuadros vivos vistos en Cádiz

  • La compañía de Monsieur Tournour estuvo en el Teatro Principal en 1850

Grabado del Teatro Principal de Cádiz.

Grabado del Teatro Principal de Cádiz.

Los cuadros pictóricos estaban bien, eran expresivos e informativos, tenían tradición, arte y prestigio social, pero en el siglo XIX el conocimiento avanzaba modificando todos los ámbitos de la vida social y eran tantas las ansias de renovación que el ingenio humano, fundamentalmente en el ámbito europeo y norteamericano, empezó a producir invenciones, artilugios y representaciones que parecían querer llevar los tradicionales cuadros pictóricos más allá de sus limitaciones materiales.

Las tradicionales linternas mágicas, que proyectaban grandes imágenes de luz con las pequeñas imágenes pintadas sobre cristalitos, se perfeccionaron para ofrecer espectáculos públicos de ‘Cuadros Disolventes’, que venían a ser proyecciones con varias linternas que permitían contar historias mediante el encadenado de las imágenes, aunque estas no tuviesen movimiento interno (cerrando el gas de una linterna para que su imagen se ‘disolviera’, mientras se abría el gas de otra para la aparición de la siguiente imagen sobre la pantalla). Pero además, mientras esto sucedía, en las grandes ciudades empezaban a abrirse gabinetes donde los retratistas ya no ofrecían hacer retratos pictóricos sino unos modernos retratos al daguerrotipo, registrando fotográficamente sobre unas pequeñas plaquitas metálicas, “sin intervención humana”, la imagen “verdadera y directa” de la persona que se sentara inmóvil ante el objetivo de una cámara oscura.

Este también era el ambiente cultural en Cádiz cuando se anunció la llegada a la ciudad de un nuevo espectáculo (aunque con lejanos antecedentes en el drama litúrgico medieval) del que ya los periódicos venían dando noticias desde que, procedente de Francia, ofreció sus sesiones en Barcelona, Valencia, Alicante, Madrid y Sevilla: los Cuadros Vivos de la compañía de Monsieur Tournour. Unos ‘Tableaux Vivants’ que se iniciaron en los salones aristocráticos franceses y que consistían en la reunión de un grupo de personas que, con los trajes y atributos que requería la escena, realizaban animadas copias de cuadros conocidos o famosos. Poses colectivas de personas adecuadamente vestidas y posicionadas en plataformas giratorias que, con una cuidada iluminación y un apropiado acompañamiento musical, el público observaba, tras el marco colocado en la embocadura del escenario, durante el breve tiempo que era conveniente para sostener la quietud de las poses y para permitir el escrutinio de los espectadores.

Los Cuadros Vivos de Mr. Tournour se presentaron en el Teatro Principal de Cádiz, situado en la plaza del Palillero, el 2 de enero de 1850, aunque como era muy complicado y costoso cubrir todo el tiempo del espectáculo con los breves Cuadros, las sesiones también incluían pequeñas representaciones de ópera o teatro:

Primera Parte: Sinfonía, Aria del Belisario (por la señora Celli), Duo de la Lucía de Lammermoor, Aria de la Caterina Cornaro (por la señora Patriossi).

Segunda Parte: Cuadros Vivos: Amazonas (mitológico), San Juan predicando el evangelio en el desierto (copia), Las pléyades o las siete cabrillas (ideal) y El rapto de las Sabinas (ideal).

Tercera Parte: Obertura, Aria de Don Belisario (de la ópera El Barbero de Sevilla, por el señor Patriossi), Duo de la ópera Belisario (por los señores Patriossi y Celli).

Cuarta Parte: Cuadros Vivos: El nacimiento de Venus (mitológico), La fiesta de Baco (mitológico), Pigmalión pidiendo a Venus que dé vida a una estatua que acaba de construir (mitológico) y Honor a España (ideal).

“La idea que ocurre a quien por primera vez contemple los Cuadros Vivientes es que se halla delante de una colección de figuras de cera. En efecto, la ilusión no puede ser más completa. Es preciso verlo para comprender aquella inmovilidad de la estatua, aquella rigidez del mármol o de la madera. Francamente lo decimos, sin antecedentes sobre el caso, ni un momento dejamos de dar crédito al que nos presentase dichos cuadros como unos acabados modelos de cera. Corto es el tiempo que media entre la subida y bajada del telón, pero el suficiente para juzgar el mérito de las composiciones no solo por lo que tienen de artísticas y por la belleza de los originales que componen, sino por lo que supone de trabajo y tesón en la violencia inherente a muchas de ellas. Todos los grupos nos complacieron pero en especial La fiesta de Baco, grupo delicioso y encantador en el que la cadena de sátiros y bacantes revela las más bellas épocas de la escultura griega y los voluptuosos frescos de Herculano y Pompeya”.

En días sucesivos el programa fue introduciendo cambios en los cuadros que se presentaban: El diluvio universal, La muerte de Cleopatra, Páris y Elena, Lot y sus hijas, Julio César dirigiéndose por última vez al Senado, Las dos mujeres de Abel-Kader, El naufragio de la fragata Medusa, Las tres Gracias, Dafne y Apolo, Prometeo encadenado, etc.

No obstante, hubo quien criticó estas representaciones en todo aquello que se apartaban de la estricta copia de las imágenes pictóricas, como que la composición girase en el escenario ofreciendo diferentes puntos de vista, que el vestuario, los complementos o los peinados no respondieran estrictamente a la época, que se variasen las posiciones de las personas respecto a la que aparecían en los cuadros, etc. Siendo la crítica más dura la que afirmaba que realmente ni eran cuadros ni eran vivos, sino más bien composiciones personales que, por su quietud, parecían muertas.

Igualmente por la prensa nos enteramos que, de los programas que ofrecía Mr. Tournour, los cuadros de más éxito, cuya repetición el público pedía “con estrepitosos aplausos”, eran los mitológicos, en los que había señoras (entre las que destacaba madame Tournour) que a la vez que se exponían “con posiciones artísticas y una bien estudiada expresión de sus semblantes” lo hacían “luciendo sus esbeltas formas”, “una desnudez púdica”, “una expresión poética de las fisonomías”. Un asunto que, por un lado, aportaba novedad, frescura y mucho atractivo a “los cuadros” y, por otra, levantaba comentarios en la prensa:

“Las individuas de la compañía de Mr. Tournour no se presentan como lo hubiera deseado los demasiado curiosos, en un completo deshabillé. Usan con mucha frecuencia el insinuado y nunca se desprenden de unas cuantas varas de gasa con que envuelven caprichosamente parte de su cuerpo, embutido siempre en un tupido punto de seda. El traje es, pues, en general capricho y solamente en el cuadro que representa el Hambre de Madrid, es en el que hemos visto guardar una rigurosa exactitud histórica. Como siempre abundan personas que creen un deber escandalizarse de los entretenimientos más inocentes, claro está que tampoco ahora han faltado timoratos que vituperan las representaciones de los Cuadros Vivos. Los tales se han empeñado en mirar como desnudez demasiado aparente, a las escasísimas formas que se dejan traslucir al través del punto de la gasa. Prescindiendo de que en el presente caso no se ve absolutamente nada que pueda herir la vista del más perspicaz, y aún sin tener en cuenta que lo que esos seres tan impresionables miran como demasiado carnal podrán ser solo formas abultadas sí, pero ingeniosamente tejidas con finísimo algodón, prescindiendo de todas esas consideraciones, repetimos, nos parece que, en materia de bellas artes y tratándose de una pintura o escultura, se pueden hermanar perfectamente el pudor y la desnudez”.

No obstante, parece que aquellas exposiciones de bellas formas facilitaron amoríos y deserciones femeninas de la compañía: “No es de extrañar, si las ninfas de Mr. Tournour, que no tienen la resistencia del bronce o del mármol, se dejan seducir y abandonan a su querido director de escena, que este tenga que aplicar la ley de reemplazo y reponer su troupe las más de las veces con gente bisoña”.

Después de un mes de representaciones en el Teatro Principal, la compañía de Mr. Tournuor pasó al más popular y barato Teatro del Balón, en la plaza de Jesús Nazareno, donde continuó durante la primera semana de febrero. No habiendo constancia que ninguna de las Sílfides, Venus, hijas de Lot, Bacantes, Sabinas, Dafnes o Nereidas se salieran de los Cuadros y se quedasen enganchadas con amoríos gaditanos cuando la compañía continuó su exitoso y artístico viaje.

Con estos antecedentes no es de extrañar que cuando en 1896 llegó el nuevo “Ci-ne-ma-tó-gra-fo”, nombre tan raro como largo (elaborado por los hermanos Lumière combinando términos griegos para ennoblecer y dar lustre al invento), la gente, también en Cádiz, los llamara, sin más, ‘los cuadros’. Se tardarían años para comprobar que estos ‘cuadros’, con imágenes en movimiento, no eran otro espectáculo pasajero.

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