FIT de Cádiz

Crítica 'One night at the golden bar': Quiero ser ángel, bayeta y pavo

Alberto Cortés en 'One night at the golden bar', en la Sala Central Lechera.

Alberto Cortés en 'One night at the golden bar', en la Sala Central Lechera. / Lourdes de Vicente

Quiero ser. Lo quiero. Lo sería, pero sé que se acabará, que te dejaré y que me dejarás. Alberto Cortés es intransitividad de un ser teatral. One night at the golden bar tiene color: es áureo y blanco; tiene textura: es la fragilidad de un espesor efímero. Se iniciará como una escena entumecida, porque es estética comprometida con mecer, dulce y cálida, la disyunción entre artista, obra y espectador. En este bar de pliegues dorados por la luz del canto y su movimiento, no la había. Nunca hubo distancia. Alberto es dramaturgo y artista que pisa, corrompe y pregunta directamente a los ojos frontales, guapos para la ocasión, predispuestos a la conmutación de un testigo abandonado en ángel o bayeta.

¿De qué hablar para que se ciña al estatuto esperable? No importa. Alberto inicia la obra desde la pérdida de la verticalidad, y no importa. Porque su poética cristaliza la forma de lo frágil y lo masculino en un espacio donde ‘nadie tiene la culpa de na’, no, nadie tiene la culpa de na, no. Nadie tiene la culpa. La repetición de estos soplos los fija como pequeñas estructuras que se alteran de acuerdo a la fluidez de un discurso que denuncia su propia consistencia: durará en el tiempo de torcedura de una muñeca a la vez que toma altura y distancia del cuerpo; en el del quebrado de las rodillas hasta girar en un potro; en el del pulso que recorre los dedos hasta conseguir la rigidez de una pierna. La duración es intensa.

Figura de belleza mórbida, ¿no eres fragilidad de un silencio entrecortado por sollozos? Masculinidad, yo te protejo, porque te amo. No te amo, pero es que ‘de la cárcel se sale, de ti no’. Te protejo. Te nombro y me destruyo. Me construyo en un humo de poni azul. ¿Soy un ángel o una bayeta?—se pregunta Alberto. Reconstruye diálogos que no esperan nada.. las palabras consumadas son clichés cada vez que pasan por la garganta y la boca: ‘me dicen … pero yo oigo…’. El nexo sensoriomotriz ha caído en la ingravidez del texto. Se escucha lo que se siente: salva la bello.

Alberto detiene las voces para que el cuerpo grite; calma los espasmos del cuerpo para que la melodía se repita: ‘soy aquí, con una soga al cuello’. Colapso de la intensidad. One night at the golden bar es poema de hechos mentales que se materializan y son visibles desde el envés de la piel. Sus versos escriben el silencio, acotado espacio donde la rigidez del cliché se desparrama cuando la poesía lo derrenga a su estado de fragilidad y mito. El discurso teatral llora porque siente la fragilidad en el seno del estatuto de virilidad. La masculinidad aferrada al cliché es signo vaciado por su propia pesadez. El ángel lo sigue velando y se sigue asqueando de sí. ‘Cuánta intensidad tiene el querer’. En metonimia constante y volátil, la pregunta se pulsa: ¿soy un ángel o un pavo? No importa, porque es ambos, en la multiplicidad que resulta de su ser fundido.

One night at the golden bar es semiología de la fragilidad vista en clave de género en un teatro de primera voz, de poesía. Bella y cruda, como el grito que, a falta de expulsarse por la boca, corrompe todos los órganos y los hace fluir por las trabéculas. ‘Yo soy la persona que me quiere devorar. Yo. A mí.’ Contigo en el bar, en el golden bar. Una noche. Hope vestida de oropel. Una esperanza se libera entre sus yemas: es rocío connotado por la iluminación dorada de un foco. La figura de Alberto Cortés es la primera en elevarse de ese altar. La figura musical prosigue unos instantes más, hasta que la tenuidad resuene con la gravedad nacarada de lo mostrado esta noche, en este bar.

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