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Cultura

Se apagó la gracia de Los Gitanillos

  • Alfonso del Valle Scapachini, más conocido como Bendito, murió ayer a los 94 años de edad tras agravarse su estado de salud que se había deteriorado durante largo tiempo tras sufrir una caída

Bendito y Conchita, en el Campo del Sur.

Bendito y Conchita, en el Campo del Sur. / joaquín hernández kiki

"Sobrina, ¿tú puedes poner en el Diario que estoy aquí en casa, que no me puedo mover porque me he caído? Que yo creo que hay gente que no se ha enterado por si quieren venir a verme"(Alfonso del Valle Scapachini, Bendito).

No creo que el cumplimiento de aquella tarea estuviera a la altura de las ganas con las que se hizo el encargo (un breve, le dediqué un pequeño breve) pero hoy, muchos meses después de aquella visita en la que mi tío todavía hablaba, tengo que ajustarme las cuentas dedicándole la más justa, y cariñosa, de las despedidas que Alfonso del Valle, Bendito, la gracia de Los Gitanillos de Cádiz, se merece.

Bendito, llamativo como él solo, dejó este mundo, inexplicablemente de forma discreta, rodeado de amor, el de su compañera, su esposa, su otra mitad, Concha Aranda (Conchita) su hijo, su único hijo, Alfonso, y los dos supevivientes de sus cuatro hermanos, Joaquín y Antonio (quien el destino eligió para acompañarlo en el último momento junto a Conchita), algunos de los infalibles que siempre estuvieron junto a su cama cuando el bailaor y palmero (y gran contador de historias, sí, sí, y de muchos chistes verdes, también) se encerró poco a poco en casa tras una caída que lo dejó convaleciente. Un largo periodo de tiempo permaneció el artista en su hogar hasta que la noche del martes su estado se agravó y fue trasladado al Hospital Puerta del Mar donde fallecía a la edad de 94 años (en febrero hubiera cumplido los 95). El responso será hoy, a las 12.00 horas, en el tanatorio Virgen del Rosario.

A ustedes les lega su memoria, su prodigiosa memoria, adobada por sus, también prodigiosas, exageraciones siendo uno de los últimos representantes vivos que nos quedaban de ese tan preciado arte de la anécdota y el embuste que se ha cultivado desde tiempos inmemoriales en esta ciudad. A ustedes les lega su arte y a mí me dejó, junto a Conchita (todo lo hizo con Conchita, todo lo hicieron juntos en la vida), lo mucho o poco que sé de baile flamenco, una felicitación (enviada siempre, hasta este último año, por correo ordinario) por cada Navidad, incontables llamadas al periódico que tanto amaba, nuestro Diario de Cádiz, para informarme de todas las efemérides que no podía pasar por alto o la última gala flamenca que se estaba cociendo y que creía conveniente que yo me enterara. Y a todos, a todos los gaditanos, nos dejó las historias más increíbles e inaccesibles del tiempo de las cebollas. Historias de miseria y de lujo. Que si Bendito celebraba de chiquillo el día que podía compartir un boniato colorao con su amigo Chano Lobato, de adulto se codeó con no pocas estirpes reales occidentales y orientales; que si en su adolescencia se embarcó de polizón en el Villa de Madrid que lo llevó a Barcelona para buscarse la vida (con, como ya sabe todo el mundo, "unos zapatos del 42" (él tenía el 37) que cuando bailaba se hacía "la mosqueta"); al año se volvió "con dinero, un reloj, varios trajes y, aparte, una gabardina". ¡Y hasta varios zapatos de su talla!

Pero antes de conquistar la gloria (la personal al unir su destino al de su mujer Concha Aranda y la profesional tanto con el trío Los Gitanillos de Cádiz como su posterior carrera ya sólo con Conchita), Alfonso del Valle Scapachini descargaba nieve siendo un niño en el muelle pesquero al igual que sus hermanos cuando su padre murió.

Pero pronto, el niño de la calle Mesón, 15 (nacido en el año 1924) desarrolló un talento natural para el baile, el compás y la picaresca (era tan travieso de chico que irónicamente su madre, mi bisabuela Luisa, "la de más gracia de España", lo bautizó con el irónico sobrenombre de Bendito (este niño es que es un bendito...)".

Ya en los tiempos del muelle le hacía a su amigo Chano el baile por bulerías en rincones festeros como La Costa Azul o La Parra Bomba y juntos iban a la puerta del Pay Pay a esperar a los señoritos que salían de la sala de fiestas para continuar la juerga que ellos amenizaban con su cante y baile por unos duros.

Una de esas juergas, ésta dentro de un barco (el nombrado Villa Rosa) y con Pericón, fue la que le encendió la chispa de viajar a Barcelona tras escuchar al general Francisco García Escámez decir de él que podría ganar un buen dinero en la Ciudad Condal con su arte. No hubo más que decir. Cuando el barco volvió a Cádiz, se coló.

El resto de la historia, seguro que ya la conocen. En Barcelona se buscó la vida con Farina y El Pescaílla. Se encontró con Conchita (a la que conocía de niña del Barrio Santa María) y en 1946 se hicieron novios para casarse en la iglesia de la Merced en 1951.

Dos años más tarde, junto con el queridísimo cantaor, también del Barrio, José Vargas Cascarilla, formaron el grupo Los Gitanillos de Cádiz donde volvieron a conquistar Barcelona y hasta París, donde fueron para 3 meses y se quedaron 14 años.

Besos tras las puertas a Rita Hayworth, cenas con Picasso, Mayo del 68 y manifestaciones de estudiantes, juergas con Gary Cooper... Las mejores historias de mi tío son las de París, sin desmerecer las de América o del resto de países de Europa. Con cariño siempre habló del rey Husein de Jordania (incluso sabiendo que le puso ojitos a Conchita) y de la reina Juliana de Holanda, un país que recorrieron con la actriz y bailarina Josefine Becker...

Se va Bendito, mi tío Bendito, se queda Conchita y todos (que son muchos) los que lo quisieron. Se va Bendito, se quedan sus millones de anécdotas refrendadas en miles de fotografías, las que le encantaba mirar una y otra vez, como testimonio de una vida que parecía imposible para un chiquillo de la calle Mesón en los tiempos del hambre. Un chiquillo que luego vería una placa en la puerta de su casa con su nombre, la insignia de oro de la ciudad sobre su mesa, al igual que la placa de plata de la provincia y el nombre de una calle con su grupo, Los Gitanillos de Cádiz. Se va Bendito, Bendito de Cádiz. Una pataíta, un chiste verde, un compás, ¡qué compás!

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