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‘Qualitäskontrolle’ en los depósitos de Tabacalera

Eduardo Guerrero abre todas las puertas

  • El bailaor gaditano expone en el FIT una generosa propuesta experimental donde pone a dialogar a elenco y  asistentes con los depósitos de Tabacalera 

Eduardo Guerrero, durante su espectáculo en los depósitos de Tabacalera.

Eduardo Guerrero, durante su espectáculo en los depósitos de Tabacalera. / Lourdes de Vicente

Superado el descontrol inicial -no coincidían número de entradas con el número de asientos-, superadas esas primeras risas nerviosas que en Cádiz siempre lleva aparejado el desconcierto, superada la incomodidad para quien se enfrentaba a lo desconocido, el público que este miércoles acudió a la puesta de largo de Qualitäskontrolle pudo entrar al paraíso de la alegría por todas las puertas abiertas que les dejó Eduardo Guerrero. Y fueron muchas. Y diferentes.

Mateo Feijóo quiso poner las cartas boca arriba desde el primero momento. No van a ver al Eduardo Guerrero al que están acostumbrados. No. Una afirmación con la que el director artístico de la propuesta puso, quizás, una tirita antes siquiera de atisbar la herida. Paños calientes que, en vistas de la puesta en pie final y de los aplausos que salpicaron la función, no hicieron falta pues el público gaditano, hasta el más alejado del lenguaje experimental, pudo reconocer a Guerrero, a su Edu, en su baile sinuoso por tangos, en sus zapateados interminables, en sus demostraciones de fuerza y equilibrio. En su flamencura. En su jondura. Por debajo, por encima y rebosando por los lados de todas las capas que se superponen en Qualitäskontrolle.

Porque así es el andamiaje de este diálogo del artista gaditano con los antiguos depósitos de Tabacalera hecho ex profeso para el FIT. Un site-specific concebido como un hojaldre donde Guerrero y compañía (¡y vaya compañía!) van sumando una a una las capas de la historia del espacio, su propia arquitectura y el alma de la ciudad a través de la danza (Guerrero), el cante (enorme Matías López El Mati), el espacio sonoro (Calde Ramírez) y la videocreación (Tomoto).

Cincuenta minutos (que arrancaron media hora más tarde de lo previsto) donde al público se le presentan diferentes puertas por las que entrar a la pieza y al alma de la propia ciudad. Puertas físicas, como las de las naves que Mati y Guerrero abren y cierran durante el espectáculo o puertas simbólicas como la sal derramada en distintos puntos del espacio, como la que se nos aparecen en las dos pantallas que sobrevuelan nuestras cabezas (el escaparate del freidor, la playa, la calle, el señor cargado de mandados...) o como las que Calde se encarga de invocar (desde el juego con el fraseo de la popular alegría, cuando se entra por Cádiz, por la Bahía..., al relato de uno de los guardas del espacio que relata la historia de los depósitos).

Puertas que, unos más tarde, otros más temprano, el espectador decide cruzar para acceder a un lugar a medio camino entre la performance y casi la instalación donde la danza flamenca es el vehículo más que el destino. Un vehículo maravilloso materializado en el cuerpo de Guerrero que fluye generoso y con tanta naturalidad que es capaz de hacerle fácil la transición al espectador no iniciado en este tipo de eventos.

Porque Edu hace concesiones a su público. Y baila. Y mucho. Baila para él en los raíles y en las plataformas; sobre la sal y sobre una manta; encima de una silla y de una barra de equilibrios. Y se acompaña de un cantaor por derecho. Y suena la vidalita, y una ración de bulerías, y la solemnidad de la toná y hasta está el dolor de la soleá. Pero todo cruzado por sonidos de bajantes y pájaros; de crujir de suelos y del metal de la electrónica. Por ello, cuando El Mati se acuerda, ¡cómo se acuerda, madremía!, de esas campanas de Santiago y San Miguel, a nadie le sorprende que Guerrero baile con una silla en la cabeza. Ya cruzaste, vecino, ya has entrado por su puerta.

Baile desestructurado y vuelto a estructurar; cante arañado por la eléctrica que el propio intérprete se encarga de tocar en los puntos exactos para que su gemido sea el más flamenco posible; imágenes que nos hacen viajar en el tiempo y en el espacio, al interior de las naves, al propio origen del proceso creativo de lo que estamos viendo; a las calles; a la noche; al día... Una y otra vez... Capa a capa, puerta a puerta, hasta que todo sucede a la vez, todo se abre a la vez, y es el espectador el que se coloca en el centro teniendo que elegir hacia dónde mira, qué ve, qué camino y qué experiencia elige en este jardín de senderos que se bifurcan...

Eduardo Guerrero, con El Mati al fondo, durante su propuesta en los depósitos de Tabacalera. Eduardo Guerrero, con El Mati al fondo, durante su propuesta en los depósitos de Tabacalera.

Eduardo Guerrero, con El Mati al fondo, durante su propuesta en los depósitos de Tabacalera. / Lourdes de Vicente

Cierto es, porque no todo es perfecto, que en ciertos momentos más que elección, lo que se observa es por obligación puesto que no desde todos los lugares del túnel en el que se desarrolla el espectáculo es visible toda la acción. De hecho, los que nos sentamos en las filas posteriores nos perdemos algunos de los juegos de pies de Guerrero e, intuimos, cierta simbología que se coloca sobre la escena principal, problema que se hubiera resuelto subiendo apenas medio metro las tablas.

Con todo, Qualitäskontrolle resulta un espectáculo hermoso y generoso que logra hacernos parte de la historia de un lugar y, por ende, de una ciudad. Un alegato a la importancia de la escucha, porque, como demuestra Guerrero, escuchando también uno se puede convertir en protagonista; un homenaje a la generosidad y a la empatía; un hecho insólito con matices tan espontáneos (la patá a la manera de tangos de Triana) como, a veces, turbadores (el arranque con bailaor y cantaor cubiertos con mantas). Todas estas lecturas caben en la investigación de Guerrero en los antiguos depósitos de Tabacalera. O, al menos, son las que me han sugerido en mi viaje personal a través de todas sus puertas.

Unos se quedarán, y seguirán explorando este camino hermoso que les propone los márgenes del flamenco, otros, quizás, se irán pero se llevarán para siempre el recuerdo de haber presenciado una propuesta única que ellos, sólo ellos, vieron nacer y morir, porque esa es la naturaleza de este tipo de intervenciones. Pero todos durante una hora callamos y, a la vez, conversamos con un espacio único, tan cercano como desconocido. 

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