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Concierto en el Falla

Miguel Poveda, tan libre como el tiempo

El artista Miguel Poveda, con Diego Montoya, Dani Bonilla y El Londro, al fondo, durante la primera de sus cuatro noches en el Falla.

El artista Miguel Poveda, con Diego Montoya, Dani Bonilla y El Londro, al fondo, durante la primera de sus cuatro noches en el Falla. / Fito Carreto

Yo quiera ser muy libre y Dame la libertad. Intencionadamente, o no, cuando Miguel Poveda nos invita al viaje en su particular máquina del tiempo la palabra y el concepto libertad se convierte en ese mantra que abre y cierra un círculo. Porque si con la canción de Tijeritas comienza esta aventura por los adentros de su vida en la que se ha convertido su último trabajo, El tiempo pasa volando, con el canto desesperado de El Lebrijano se despide el artista, dos horas y media después y con el público a sus pies, de la primera de las cuatro noches que tiene firmadas con el Falla

Intencionadamente o no, en este repaso por sus 30 años de trayectoria profesional, en este concierto que es un álbum hecho de retales de su memoria sentimental, Miguel Poveda coloca a la libertad, al genio creativo libre, en portada. Y no sólo lo hace con la elección de temas de apertura y clausura, lo hace cuando mienta y cuando canta a Lorca (“mataron al hombre pero no pudieron con el poeta”), cuando se acuerda y enaltece la rumba callejera y marginal (“todo el mundo dice ahora que escuchaba a The Beatles pero quien diga que en los 70 no tenía un disco de Los Chichos, miente”), cuando le da la gana de arrimar la silla al desfiladero que mira al foso y pegarse a pelo seco, sin micro ni tecnología alguna, un gusto por seguiriyas (quizás el momento más emotivo de la noche) o cuando nos mete en aquel “piso chiquito” de sus padres en Badalona donde igual sonaba A ciegas por Marifé que Me quedo contigo de Los Chunguitos. En todas, en cada una de esas mil facetas de Miguel Poveda (como esos mil Federicos confesados en la Carta a Regino Sainz de la Maza) tendidas “en el desván del tiempo” se exhibe libre el artista catalán que prefiere reivindicar “a nuestros artistas que a nuestras banderas” (qué ánge cuando reconoce su parecido con Gabriel Rufián).

Libre, libre como el tiempo, que es el leitmotiv de una noche donde el propio Poveda ya advertía que se fraccionaba en diferentes paradas: la de las canciones que sonaban en su barrio en su infancia y juventud (“no voy a venir a ronear aquí a decir que yo escuchaba desde chico a Chano, a Juan Talega, a La Perla.. Eso vine después...”); la del flamenco por derecho, que impulsó la carrera del artista más joven en ganar la Lámpara Minera (y al que finalmente le dedicaría buena parte del concierto); y un espacio dedicado a su “dios” Federico García Lorca, más un par de propinas finales.

Y con esta útil guía bajo el brazo nos embarcamos con Poveda en un viaje al que le acompañó una tripulación de primera (“¡qué buena cuadrilla llevas Miguel!”, acierta un caballero desde butaca). Que si a las sonantas se complementan y brillan la Isla y Jerez (Jesús Guerrero y José Quevedo Bolita), en las palmas suena Carlos Grilo y Cadi puro con Diego Montoya; que si en los coros se derrama la miel de El Londro y Dani Bonilla, en las percusiones late Paquito González; que si en la batería sigue el juego Manuel Reina, El Popo da la profundidad con el bajo, todo bajo la batuta de unas teclas que son una escalera al éxito, las del maestro Joan Albert Amargós.

Porque todos y cada uno de los músicos contribuyeron a pintar el cielo por donde Poveda pudo volar alto en este periplo que de primeras nos suena a Manzanita (Ni contigo ni sin ti), al Pescaílla (con sus versiones de Dos extraños son y Sabor a mí), a Los Chichos (Otro camino/Amor y ruleta...), a los mencionados Chunguitos, de nuevo al Tijeritas (Amigo), a los bongos con los que latieron los 70 con El Zíngaro (Llorarás de pena) y a la candencia (Yo te lo digo cantando) de su hermano El Luis, sin olvidar en este recorrido por la infancia y primer despertar juvenil del artista a ese género que tanto ama, que tanto lo ama, y para el que está indudablemente dotado: A ciegas, En el último minuto, la impresionante Muerto de amor. Quizás poco espléndido en cantidad estuvo el intérprete en la copla, a la que volvería en las postrimerías de la noche, y sólo como una pincelada, con Tres puñales.

Y es que, esta vez, fue el jondo el que copó el kilometraje de la travesía vital y musical de Poveda que igual se queda a solas con Guerrero, que con Bolita, que llama a palmeros, coros y percusión para encontrar el ambiente perfecto para la soleá por bulerías, para los cantes de ida y vuelta, para las alegrías rematadas en el caray, caray, para la ración por tangos, para ese Hospitalito de Cai a mano derecha donde echa el resto (botando en la silla, clavando las uñas en las palmas de las manos...) por seguiriyas en recuerdo a su padre, para ese otro regalo final en el que está perdiendo la cabeza por tu amor como Adela la Chaqueta...Haciendo y deshaciendo, enredando, Poveda, libre, los hilos del tiempo.

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