Cultura

La 'Medusa' con más corazón

  • El ciclo de actuaciones en el castillo de San Sebastián concluyó ayer con el estreno andaluz del último espectáculo de Sara Baras La cita estuvo dedicada a Javier Ruibal

Envuelta en una taranta, Medusa se ve abocada a lo inevitable. La transformación, a su pesar, es irrefrenable. Sus brazos ya comienzan a serpentear, sus caderas a tornarse más sinuosas, su rostro a endurecerse. Una taranta como un huracán revuelve su cuerpo y su historia ofreciéndole al público las pistas de lo que pronto llegará... El monstruo... Es apenas una escena, unos minutos, no más, pero en esa taranta que luego se convertirá en otra cosa (como ella misma) Sara Baras cuenta la historia de su Medusa, que se aleja del mito griego, de la cruel gorgona, para ahondar en la mujer de los albores del mito, una Medusa con más corazón. Una Medusa que bailó anoche para Cádiz en el estreno en Andalucía de este último espectáculo que echó el cierre al ciclo de Conciertos para la Libertad.

A la verita de los dominios de Poseidón, en el Castillo de San Sebastián, la sacerdotisa de Atenea despertaba la lujuria del dios del Mar en la primera escena de un montaje que comenzó veinte minutos después de la hora anunciada y que se desarrollaría durante algo más de hora y media.

Vaporosa, de blanco sin mácula, la virginal Medusa ríe y baila, luminosa, en la casa de la de los ojos garzos. Hermoso comienzo de una historia que, como ya anunciaba el narrador, Juan Carlos Vellido, viraría en tragedia por los caprichos de los dioses. "A merced de su clemencia...", iniciaba el actor la declamación de las palabras escritas por el cantautor portuense Javier Ruibal, a quien se le dedicó el espectáculo de anoche.

Virtuosa y jaleosa, Baras junto su cuerpo de baile hacen un compás por bulerías en casa de Atenea demostrando, una vez más, que si sus brazos se pueden alzar como palomas, sus piernas echan cimientos en la tierra para hacerla temblar. Veloz, rapídisima, incansable. Zapateado marca de la casa. Pero poco duran la alegría y el jolgorio en esta obra, posiblemente, la menos flamenca de Sara Baras.

Poseidón la toma, en una pudorosa violación, donde las guitarras se oscurecen y la música enlatada toma protagonismo aunque sin restarle a la narración, por contra, le añade intensidad. También Keko Baldomero, el gaditano creador de esta banda sonora, acierta al introducir percusiones que nos recuerdan la influencia oriental tan palpable en Grecia.

Y comienza la tragedia. Porque Medusa. La guardiana es una tragedia. Y una crítica a los poderosos si atendemos con oídos prestos a las palabras de Ruibal que hablan de reyes que igual pueden "coronar cabellos" o "cortar cabezas"; de hombres que crean dioses y leyes "a su medida" para conservar e impartir el poder; y de castigo. Con el que carga la mujer desde tiempos inmemoriales. Castigo que la Medusa de Sara Baras recibe de Atenea que la destierra y la ata a una maldición, la de convertir en piedra a todo aquel que la mire. ¿Y qué corazón soporta la soledad? ¿Y qué corazón aguanta el rechazo eterno?... Imposible. Se va operando la transformación. Y Baras se echa al suelo, se toma del cuello, se mira las manos, se asusta de su propia piel... Los movimientos juegan más a lo contemporáneo. Se actúa más y se baila menos. Con el corazón como guía. La expresión, el cuerpo, incluso, el baile... Al servicio de Medusa.

El cuerpo de baile brilla en Las Gayas, las que le muestran el camino a seguir a José Serrano, un Perseo, también con fuego en los pies; y en la presentación de los Guerreros. Las Gayas, las tres harapientas brujas dobladas como alcayatas cuyos rostros nunca veremos, nos inquietan y nos atraen con su baile pegado a sus personajes y sus escenas paradas, por momentos, en fotos fijas. Los Guerreros tampoco se quedan atrás firmando bellas imágenes repletas de plasticidad y solidez.

Y el monstruo... Medusa en toda su intensidad, ya de negro, con los cabellos sueltos, algo más alborotados a lo acostumbrado en la bailaora que trabaja los movimientos de brazos y manos para plantarnos en la cabeza la imagen de la serpiente. El monstruo que se enfrenta, en un paso a dos, a Perseo, uno más en el currículum de la pareja artística y sentimental que, esta vez, no se pueden mirar a los ojos. Aún así, entre ellos prende la llama, no hay escudos que valgan ante tal batalla de zapateos que culmina con la muerte de la protagonista.

Muere Medusa, que no Baras, que sale presta a dar las gracias, a gritar Viva Cai, a recordar al maestro Paco de Lucía, y acordarse de toda su gente. Su madre y primera maestra, Concha Baras, brinda una patita a la que ha parido que se despidió con flamenco y corazón.

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