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Real Academia de Bellas Artes

José Ramón Ripoll entra en Bellas Artes como músico indisoluble de los versos

  • El músicógrafo y poeta ingresa en la Academia Provincial pronunciando un discurso sobre las artes como cimiento de la realidad del hombre

José Ramón Ripoll agradecido ante el público tras recibir la medalla y el título de ingreso en la Academia de Bellas Artes.

José Ramón Ripoll agradecido ante el público tras recibir la medalla y el título de ingreso en la Academia de Bellas Artes. / Jesús Marín

José Ramón Ripoll era muy niño cuando por una serie de coincidencias vitales que ni siquiera le venían de familia ingresó en el Conservatorio de Cádiz. Un temprano encuentro con la expresión artística que ha determinado el fluir del resto de su trayectoria profesional y vital, y que ayer le abrió las puertas de la Real Academia Provincial de Bellas Artes de Cádiz, en un acto que tuvo lugar en la Diputación Provincial de Cádiz.

Entró en ella por su condición de músicógrafo, dijo, pero aún siendo consciente de ello, no quiso desligar en ningún momento esta condición de la de escritor y su pertenencia al ámbito de la poesía. Defendió en todo momento este vinculo indisoluble y, por ello, no dudó en lanzar un discurso de ingreso desde el que hilvanó los múltiples caminos por los que han fluido de la mano la música y la poesía y demás artes, a cargo de cientos de pensadores, filósofos y artistas que le han dado forma a lo largo de todos los tiempos.

Un discurso que desgranó melódicamente con un texto que tituló Apuntes sobre el ritmo en las artes, la música y la poesía, y que fue contestado por su “amigo y admirado pintor” Hernán Cortés. Fue el distinguido pintor gaditano quien que se encargó de darle la bienvenida a una histórica institución en el arte de preservar la cultura de esta tierra, en la que Ripoll ocupa desde este miércoles el sillón de Pedro Valdecantos García, que entre sus múltiples cargos fue vicepresidente de la Diputación, gobernador de Toledo, Alicante y Almería, aparte de un gran historiador, y a quien dedicó unas palabras por su importante papel en la historia de Cádiz y España.

Se acordó de Valdecantos, pero también de quien en nuestros días han pensado en su figura para formar parte de la ilustre institución. Agradeció por tanto el gesto de los académicos que apoyaron su candidatura, como son la pintora Carmen Bustamante, el fotógrafo de Diario de Cádiz Joaquín Hernández ‘Kiki’ y el historiador Juan Alonso de la Sierra.

A todos ellos y al numeroso público que le acompañaba se dirigió argumentando lo difícil que le resulta pronunciar la vida sin el aliento de la poesía, como lo es oír las palabras que la hacen posible sin la formulación interna de la música.

Una especie de polifonía, añadió, “que creció en mí desde muy joven”, dijo en referencia a su ingreso en el Conservatorio de Cádiz, cuando un buen día un profesor le animó a ello mientras curioseaba por las aulas del histórico edificio. Fue cuando “escribí mis primeros poemas a través de la música”, a lo que siguieron los conciertos a los que constantemente acudía “y entre los que abundaban los recitales de voz y piano”, que le señalaron el camino de la poesía, cuando descubrió que Beethoven, Schubert, Schumann, Brahms, Listz o Wolf guardaban entre sus compases los versos de Gohete, Rückert, Heine, Eichendorf o Mörike en un “perfecto ensamblaje que se producía entre la palabra y música”.

Comenzaba entonces a dejarse llevar en su cabeza a un lugar desconocido en el que imaginaba un texto propio que acompañaba a aquellas partituras, “versos que sin tener nada que ver respiraban la misma atmósfera, que no es poco”.

Por este motivo las canciones de Fauré, Debussy o Reynaldo Hahn susurraban en sus oídos los ecos de Víctor Hugo o Paul Varlaine; por eso alguien escribió algún día que los versos de José Ramón Ripoll tenían clara influencia de poetas alemanes, en “un influjo que se debe a mi experiencia juvenil en aquellos recitales gaditanos”.

Sin embargo, el poeta y músico tiene claro que el verdadero aprendizaje poético se recibe de la lengua materna y que fue Juan Ramón Jiménez “el primer y principal poeta que alumbró mi doble vocación, donde palabra y música se complementan”. Un poeta que le acompañó desde sus primeros libros hasta Espacio, “quizás el poema más musical de la lengua española, una especie de partitura, paradigma de pensamiento y sensibilidad”.

Porque, para José Ramón Ripoll, la poesía, como la música, “nace de una célula rítmica o melódica, producto de un pálpito o un impulso, a veces irracional” y poco a poco “va generando un pensamiento que, a su vez, se une a la forma para dar solidez al poema”.

Un argumento que fundamenta desde tiempos inmemoriales, cuando en los textos antiguos se otorgaba a los planetas y satélites un sonido particular, cuando Platón describía las proporciones de este sonido según su velocidad de giro o los pitagóricos sentenciaran que el oído humano estaba hecho a la música de los astros. Pero, “¿Qué oímos hoy?”, se preguntaba anoche Ripoll, “música en el silencio, por y desde el silencio”, señaló en relación a la pérdida auditiva del hombre contemporáneo que piensa “que no hay más música que la que suena”, y ante la que el poeta “escucha el eco de un canto que viene del origen”.

Ripoll repasó para ello la visión de los antiguos babilonios y griegos, de Nietzhce y Mahler, que hablaba del sonido del Universo, y del propio Octavio Paz, para el que la analogía concibe el mundo como ritmo, en el que todo se corresponde “porque todo ritma y rima”, con lo que vino a deducir que “el mundo es un poema”.

Repasó en su discurso los poemas rítmicos de Rubén Darío y la sonoridad de las palabras de Edgar Allan Poe, “de las que prefería que encajaran armónicamente en el poema”, para volver ahondar en que “desde los trovadores provenzales hasta nuestros días, el encuentro entre poeta y compositor es el resultado de un diseño natural, como río y montaña, que están predestinados a un mismo paisaje”.

Un mismo entorno en que el músico rescata incluso aquello que la poesía silencia y forma parte del poema, o en el que un pintor como Kandinsky “no trató nunca de pintar la música, sino hacer que su pintura sonara por sí misma”.

También habló de lo difícil de poetizar sobre pintura o pintar la música con referencias a grandes de todos los tiempos como Picasso y Alberti, para terminar confirmando que “música, poesía y arte cimentan la realidad del hombre, en cuanto paradójicamente la deshacen y vuelven a edificarla”. Por eso no podemos vivir sin ellas, porque nos medimos desde su tiempo y porque como decía Tomás de Iriarte “así con amistosa competencia/ música y poesía/ en una misma lira tocaremos”.

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