Cultura

"Dirigir es vivir una historia de amor en la que sientes excepcionalmente"

  • El director estrena en el Teatro Falla dos piezas de Francisco Toledo y José Luis López Aranda: 'Hipodámica' y 'Estrecho', en un programa que completa Ernesto Halffter

El pasado mes de mayo, Carlos Checa (Barcelona, 1976), estuvo a cargo del homenaje a Albéniz que realizó la Royal Phillarmonic Orchestra, en Londres. Entre las piezas a interpretar se incluía el Concierto fantástico, que la formación inglesa nunca había trabajado. Checa pisa hoy el Gran Teatro para estrenar dos obras, firmadas por Francisco Toledo (Hipodámica) y José Luis López Aranda (Estrecho). El programa se completará con la Rapsodia portuguesa de Halffter. Recién terminados los ensayos con la Orquesta Manuel de Falla, el músico destaca el "lujo extraordinario que es, para una ciudad pequeña como Cádiz, tener una formación de estas características, con tan excelentes intérpretes".

-En su experiencia como educador musical, ¿qué diría que es fundamental y no se enseña en los conservatorios?

-Pues yo creo que lo principal es dejarse llevar, que ese es el propio misterio de la música. La música no es una cuestión de entendimiento. Yo tengo un montón de conocidos que nunca han escuchado una sinfónica en directo, por ejemplo, y es algo que no puedo entender porque, simplemente, se pierden una experiencia que puede ser extraordinara, una ocasión única de sumergirse en la emoción. Por eso considero que son tan importantes festivales e iniciativas como ésta.

-Tal vez lo que entendemos como música clásica se contempla como algo ajeno porque nos pilla fuera de nuestra idiosincrasia... no es algo con lo que, en principio, nos identifiquemos. ¿Por qué cree que sucede esto?

-Bueno, primero, si hablamos de música clásica hablamos de un periodo de cuatrocientos años, desde 1650 hasta el siglo XX... y en realidad, música clásica, como tal, abarcó sólo un breve periodo, de 1759-1800. Sin embargo, otras denominaciones generalistas, como música culta, tampoco es que hayan sido muy aceptadas. ¿Por qué se siente cómo algo ajeno? Pues yo creo que por falta de curiosidad. Mira, yo estuve dando clases a niños de seis a doce años, y me sorprendió ver cómo estaban completamente abiertos a todo: disfrutaban con una fuga de Bach, se sorprendían ante la fuerza de Mahler, se ponían a bailar con Mozart -algo nada extraño, si lo piensas, pues todos ellos aseguraban que hacían música "para toda la humanidad"-. Es curioso ver cómo, ya en la adolescencia, empiezan a aparecer los prejuicios: "Si me gusta esto, es que soy raro", piensan. Cuando en realidad todo depende de la sensibilidad, y la música es una herramienta más para disfrutar de la vida, un recurso para ser más felices. En esos 400 años cabe mucho, de los valses a Rachmaninov o la música nacionalista... y cada uno puede escoger.

-Es difícil escapar al sentimiento de transcendencia que despierta la música, una especie de sublimación...

-Yo puedo decir que siento que la música me acerca a Dios. Ofrece una reflexión interior y una experiencia intensa e irrepetible, porque al tocar cada compás nunca vuelve a suceder lo mismo. Parecido a lo que sucede cuando trabajas y te viene un momento de inspiración... Y descubres, por supuesto, que hay piezas que transportan un poco más, que agudizan las sensaciones. Los músicos nos enamoramos de ellas, y eso es lo importante. Dirigir es vivir una historia de amor, tienes que sentir la pieza como algo excepcional e importante.

-Defíname 'pellizco'.

-'Pellizco' es cuando sabes que lo que estás viviendo es arte y no lo puedes explicar. Es algo que puede verse mucho en los toros: un torero hace un pase y el público no dice nada, y a lo mejor hace un pase muy parecido y, sin ponerse de acuerdo, todo el mundo exclama "¡Olé!". ¿Qué ha ocurrido? ¿Cuál es la diferencia? Ese es el pellizco.

-Usted comenzó muy joven en el ruedo...

-Cuando terminé el conservatorio a los 23 años tenía, como todo el mundo, unas ganas enormes de encontrar un hueco en la profesión. La 'alternativa' me la dio el maestro malagueño Francisco Gálvez, que me sugirió que lo sustituyera en una dirección en 2002, con la Orquesta Sinfónica Provincial de Málaga. Ese es el que yo considero mi debut profesional. Desde entonces, no he parado: sigo construyendo día a día.

-Tras diecisiete años de desempeño musical, ¿qué ha pesado más, la aptitud o la actitud?

-En el arte, y sobre todo en la música, no sirve el currículum. Tú escuchas a un autor, por ejemplo, y en los compases, ya sabes cómo es, ya sabes si tiene talento o no. Pero la verdad es que las dos cosas son fundamentales.

-Mencionaba el nacionalismo musical, donde se incluyen en nuestro caso nombres como el propio Manuel de Falla.

-Sí, la obra de autores como Falla o Turina tiene un contenido excepcional, pero sólo representa el 3% de la venta de nuestra música en el extranjero -cifra que está copada, casi en su mayoría, por El sombrero de tres picos y el Concierto de Aranjuez, del maestro Rodrigo-. Ha faltado, hasta hace poco, una proyección real del patrimonio musical.

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